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Con la coyuntura actual y el comienzo de la campaña electoral cabe recordar una vez más que las pasadas elecciones del 28A fueron fundamentales: las primeras tras el cénit del ‘Procés’, el comienzo de su procesamiento por el Tribunal Supremo, y el giro del ciclo de la crisis del sistema político del Estado hacia unas derechas sin filtro —con el resultado de las elecciones andaluzas y la plaza de Colón—.
La convocatoria electoral contó con la participación más alta de la historia reciente: en bloques a nivel estatal, unas derechas españolistas activadas y una movilización del “voto útil” contra el tridente reaccionario. El resultado hizo que España zafara del ‘trifachito’ como consecuencia de la traducción parlamentaria de los votos según la ley electoral del 78. Sin embargo, en el número bruto de papeletas hubo un empate técnico entre el bloque estatal-progresista y el bloque españolista-neoliberal.
Pedro Sánchez nos viene así explicando por qué aquellos importantes comicios no servían, por qué eran para él papel mojado: “Los españoles tienen que decir aún más claro su voluntad”
Esa movilización de voto, esos resultados son para Pedro Sánchez “agua pasada”, tal y como se refirió en la SER el pasado 1 de octubre a Pablo Iglesias, “no quiere entrar en ningún reproche”. “Ahora —continuaba— hay que mirar a la pregunta que hay que responder el próximo 10 de noviembre (…): si el 11 de noviembre continuamos bloqueados o queremos un gobierno”.
Nos viene así explicando repetidamente por qué aquellos importantes comicios no servían, por qué eran para él papel mojado: “Los españoles tienen que decir aún más claro su voluntad”. Una voluntad preconcebida para una unidad genérica, “los españoles” —casi unidades de destino en lo universal pero versión liberal posmo, que con la que está cayendo en cuanto a territorio, identidad y derecho, entendemos su fuelle no sin perplejidad—. Y es que lo de las naturalizaciones del Estado-nación —haya sido, sea o llegue a ser—, leyendo simplista y burdamente la concepción de su soberanía popular, a veces da vergüenza ajena.
Así, la nueva cita electoral que decidió el ejecutivo en funciones para ‘votar bien’, perdón, quiero decir, siguiendo a Sánchez, para ‘votar mejor’ —“más claro”— conduce directamente a dicha hipotética ‘meta-voluntad de los españoles’ —concebida en función de la pregunta que él mismo plantea acerca del bloqueo y la gobernabilidad— a su persona. No contento con semejante conductismo reduccionista de masas acerca de una decisión individual, expresada cosificadamente con el voto, según marcos de imaginarios colectivos, Sánchez explicita, por si acaso, la vía correcta de respuesta: “La única fuerza política que ahora mismo puede garantizar el que haya un gobierno en este país es el partido socialista”. ¡Gobernabilidad con sueños presidencialistas —made in USA— en un sistema parlamentario y con esta coyuntura!
Siempre nos encontramos frente a cosas nítidas para unos que no lo son, ni siquiera después de lo llovido, para muchos otros, aunque los voceros de Unidas Podemos remarquen las claves que, en la mirada corta, lo evidencian. Me refiero precisamente a la voluntad y espíritu que desde la moción de censura lograda tuvo Sánchez y su team partidario; fondos y formas que iban in crescendo progresivamente en su evidencia, tras pasar a ser la fuerza más votada el 28A.
La victoria —que tanto obsesiona a Sánchez— fue evidentemente pírrica, más para la historia del PSOE como partido de régimen que es: esa “historia inolvidable” para clarificar voluntades y espíritus a priori, sin necesidad de escuchar las bravuconadas actuales de Guerra y González
La victoria —que tanto obsesiona a Sánchez— fue evidentemente pírrica, más para la historia del PSOE como partido de régimen que es —esa “historia inolvidable” para clarificar voluntades y espíritus a priori, sin necesidad de escuchar las bravuconadas actuales de Guerra y González—. Esa misma voluntad y espíritu que llegó al rinforzamento tras los resultados de los comicios de mayo. A partir de ahí, danzas de sombras chinescas con intensidad posmoderna. Quedó claro que el style de Sánchez no daba ni para “abrazo del oso”.
Tanto la voluntad como el espíritu se proyectaban en revivir la hegemonía del partido “socialista” como partido de régimen resucitado; por supuesto al servicio del ciclo de acumulación (y modernización) en el que nos encontramos. Para ello operaron tácticamente antes, durante y después, hasta el clímax de llegar a imitar a Rajoy en su reunión con el rey en septiembre.
Sin escuchar la última rueda de prensa del equipo negociar de UP, pareció que la mediación aludida por Pablo Iglesias respecto al monarca para la ronda de contactos había tenido finalmente lugar, pero en la dirección opuesta, es decir para zanjar que la partida continuara en un segundo y último intento de investidura. Sin conocer la decisión de Sánchez de seguir la senda de Rajoy, la ausencia de nombramiento del candidato me parecía una táctica de intento de jaque mate de monarquía y bipartidismo, de la mano del partido de régimen con los ojos puestos en la reforma constitucional desde arriba —cómo no— para apañar lo de la gobernabilidad, y algún que otro retoque más. De hecho, Sánchez ya habló, antes de la investidura fallida de julio, con Pablo Casado, al puro estilo transición lampedusiana —las cosas tienen que cambiar para que nada cambie—, de reformar el artículo 99 de la Constitución según el modelo griego; lo que aseguraría la gobernabilidad parlamentaria no pactista, mientras en Grecia se cerraba el ciclo post-memorándum con el retorno de los conservadores, junto el amén ortodoxo. Por estos lares para amén, heterodoxo eso sí, tenemos a los “grandes coaligados nacionales” en comandita: Mariano y Felipe.
Pues bien, el PSOE asumía correr los riesgos de una victoria de las derechas, capitaneadas por el PP, pese a los resultados en bruto de las elecciones de abril. Electoralistamente estaba claro que lo hacía para sumar escaños como consecuencia de la ley electoral de mayorías que tenemos, desangrando a UP por un lado y a Cs por otro.
Iglesias, por tanto, sabía perfectamente al reunirse con Felipe VI que esas eran las últimas horas, que no habría más partida antes de la convocatoria electoral
Así las cosas, sin el dato de la “influencia mariana” sobre Sánchez, olía a una lógica de transición reloaded que incluía una mayor actividad por parte del monarca. Pero con la información de la ‘táctica Rajoy’ asumida por Sánchez, el rey acordaría pero no dispondría. Y es que, pese a la negación de Lastra —de manual—, Echenique afirmó con naturalidad que el PSOE les había dicho en aquella última reunión de los equipos negociadores, que Sánchez innovaba su trayectoria de presentarse a todo, no aceptando el encargo del rey si no había un acuerdo cerrado que daba la investidura por segura.
Iglesias, por tanto, sabía perfectamente al reunirse con Felipe VI que esas eran las últimas horas, que no habría más partida antes de la convocatoria electoral. Con esto nos quedan claras dos cosas: el protagonismo de Sánchez en la táctica por el sueño presidencialista, con la exhumación de Franco en la mira y pese, o con, la fecha de la sentencia del juicio al Procés fijada; y que el secretario general de Unidas Podemos, desde la escisión errejonista, está entrenado en remar imperturbable frente a órdagos decisivos.
Para el PSOE, el fin estratégico viene siendo consolidar la recuperación del partido de su propia crisis, dentro del marco de la crisis socialdemócrata europea. Una crisis que tuvo a Sánchez como protagonista desde 2015: aguantando el riesgo de sorpasso de Unidos Podemos en la convocatoria electoral de 2016, tras haber protagonizado el peor resultado del partido en unas generales desde el 79; después, con su posterior destitución como secretario general por parte del aparato de su partido, para “corregir” su negativa a la abstención, aquella que posibilitaba la gobernabilidad al PP de Mariano Rajoy; y finalmente con su retorno en las siguientes primarias del PSOE, de las que nace -junto a la entrevista de Jordi Evole- la imagen de referente resucitado y resucitador de las supuestas raíces de la identidad progresista.
Estas raíces son lo que Iglesias parece considerar un ‘despertar’ sin retorno en la base social: el síntoma duradero del ciclo abierto tras la crisis del 2008 y el 15M, que seguiría presente tras haber sido usado por Sánchez para renacer como líder del PSOE, como consecuencia, según el análisis de Iglesias, de la presión ejercida por la existencia de Podemos. Y esto es lo que habría sido decepcionado chuscamente durante estos últimos meses. Por ello, Pablo Iglesias atisba una crisis dentro de la identidad progresista que considera de una profundidad suficiente como para hacer tambalear la fidelidad de voto hacia el PSOE.
Es decir, una ventana entreabierta y después rota que, con su firmeza y tacticismo, pretende terminar de abrir hacia su espacio político: se presenta como el actor que ocupa ese lugar, queriendo dejar la decepción sin vacío. En eso, aunque no igual, sigue también Errejón.
La firmeza de Iglesias presenta una continuidad con su discurso, su estilo —a lo que hay que sumar la ruptura frente al palco de la imagen de autoritario y ávido de poder al haberse retirado tras el veto de Sánchez—, pero también coherencia con el cierre del debate electoral del 22 de abril: “Lo que le pido a esa gente que piensa que la política no sirve para nada es que nos dé una oportunidad, una sola, de estar en un gobierno cuatro años y si en esos cuatro años no hemos conseguido cambiar nada, no nos voten nunca más”.
Creo, algo indignada y preocupada, que lo hace infravalorando, entre otras cosas, la tradición existencial del desencanto político —abstencionista tras el chute ilusionante, aunque quizás sea otra vez activado por otro sentimiento, el del temor—.
Pablo Iglesias consideraba enterrado el bipartidismo, pareciera en sus análisis de julio que sin posibilidad de resurrección: “La crisis económica que llega el 2008, que tiene como manifestación social inicial el 15M, eso es gravísimo, eso crea unos niveles de desconfianza en la política, eso entierra el bipartidismo en España”. Según su posición la movilización del voto útil, también a ellos, no habría sido tanto coyuntural ante el peligro del ‘trifachito sin filtro’, sino más bien una base suficientemente estable como para considerar que el eje principal de su razón de voto, o su motivación, sea lo que él denomina el ‘consenso de acuerdo’ entre los votantes del llamado bloque progresista.
“Para la derecha, Catalunya no es un problema de Estado, es una oportunidad electoral, con lo cual están fuera de cualquier tipo de solución de Estado, les interesa inflamar lo que ocurra en Catalunya”, decía Iglesias
En el Fort Apache del 8 de julio, comentaba que veía a las derechas incapaces frente al eje territorial de la crisis del sistema político: “Para la derecha, Catalunya no es un problema de Estado, es una oportunidad electoral, con lo cual están fuera de cualquier tipo de solución de Estado, les interesa inflamar lo que ocurra en Catalunya”.
Finalmente, de cara a la recesión en ciernes, sentenciaba: “A mí me parece una evidencia que solamente el PSOE con nosotros puede afrontar esos dos desafíos de Estado de España (…) si no llega a ser porque nosotros existimos y desde fuera condicionamos la interna del PSOE, el PSOE estaría muy mal”.
Del otro lado, la operación del PSOE interpretando un posible apuntalamiento del cierre de la crisis del régimen político del 78 —con razón de Estado centralista, desaparecido el federalismo, respecto a Catalunya—, de cara al nuevo aviso de carácter sistémico-estructural en este mundo de ríos de lava solidificada. Con el objetivo de ser de nuevo la clave de bóveda de la operación, buscan la centralidad del ejecutivo para liderar una nueva fase de estabilidad tensa, entre el problema nacional-territorial y la crisis de las clases medias.
El espíritu de la transición reloaded estuvo presente desde el recambio regio, hace cinco años, de la mano de Pérez Rubalcaba; también en las semanas del referéndum del 1 de octubre. Era evidente desde el primer momento que querían que Felipe VI tuviera su propio papel referente —siguiendo el modelo de construcción de legitimidad del designado por Franco, su padre, a través del mito transicional—. Hablaban durante la coronación del nuevo Borbón, de transición por recambio regio, por el hecho de coronar un rey antes de tiempo —delirante e indignante—, en plena crisis de imagen de la monarquía.
Una de las estrategias de cierre restaurador, puestas en marcha desde el primer momento. Pues lo cierto es que paradójicamente al final Felipe está teniendo su propia versión transicional para la reproducción del consenso del poder. Un ‘nuevo’ consenso instaurado en función de su punto de origen: la transición del franquismo a la democracia liberal. Por ello, la forma-imagen, en cuanto al papel de ‘salvador de la patria’ del protagonista, como en el discurso del 3 de octubre, es justo la inversa, conservadora y unionista también en lo territorial. Sin embargo, el esquema lampedusiano es, sin duda, la constante.
En el 140 aniversario del PSOE, sus cuadros dirigentes pretenden seguir siendo —en continuidad con la historia socialdemócrata europea: a cien años del asesinato de Rosa Luxemburgo y a 40 años de la llegada de la Dama de Hierro al poder, que parió la tercera vía de Tony Blair— esa “derecha civilizada”. Desearían ser el gobierno socioliberal, centro de la enésima restauración, para más inri, borbónica. Pero tendrán que compartir centralidad. Es poco probable que lo consigan como midieron tácticamente, a modo de mal menor, a través de socios menores —Ciudadanos y errejonistas—. Apunta, como venimos oyendo, a compartir centralidad inmediata con el PP, de un modo u otro, o con las nuevas cartas de escaños entre bloques, ni eso.
La razón de este Estado neoliberal —con transición a la democracia por reforma, “de la ley a la ley” en el país, junto a la narrativa de reconciliación nacional— no está precisamente “razonando” frente a la nueva fase de la crisis —la del sistema autonómico ante el independentismo en Catalunya— según el análisis de consensos del 78 que ha hecho Iglesias, por las razones que él mismo proclama en campaña. Veremos qué pasa con el desengaño progresista, esperemos mitigado por la reacción derechona ante el conflicto catalán tras la sentencia. La suerte está echada.
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