Ciencia
Ideología en la ciencia, y en su divulgación

La formación de una ciudadanía crítica también involucra aprender a identificar y cuestionar los componentes ideológicos enraizados en la práctica científica, y en la comunicación de la ciencia hacia los públicos no expertos.
Manifestación pro ciencia
Manifestación pro ciencia en Washington | Foto: Vlad Tchompalov (@tchompalov)

Universidad de Sevilla.

19 abr 2024 06:00

Meses atrás, el periódico The Guardian daba a conocer que el Banco de Inglaterra iba a hacer una importante inversión en las instalaciones de su museo; y que este movimiento se enmarcaba dentro de una más amplia estrategia de mejora de la ‘educación financiera’ de los ciudadanos británicos impulsada por el gobierno. A primera vista, el interés que se persigue es inobjetable. Cualquiera querría saber más de (sus) finanzas, para poder controlar gastos y ahorrar, si es que el salario lo permite. Ahora bien, ¿qué tipo de ‘educación financiera’ se va a promover? La ciencia económica dista mucho de ser una ciencia unitaria. ¿Es probable que se enseñe algo diferente a la ‘utilidad marginal’ y la ‘teoría del equilibrio de oferta y demanda’, piedras angulares de la teoría económica ortodoxa? Dado que son el Banco de Inglaterra y el gobierno de Rishi Sunak quienes impulsan esta acción en comunicación de la ciencia (económica), es una quimera pensar que se ofrecerá algo diferente a un refrito indigesto de postulados neoclásicos.

El más que presumible sesgo ideológico en la formación en ciencia económica que se persigue atañe a un problema de alcance más general respecto del complicado triángulo de relaciones entre ciencia, divulgación de la ciencia, e ideología. Por decirlo de una vez: tanto la ciencia (y la tecnología) como la comunicación del conocimiento a los públicos no expertos, presentan fuertes componentes ideológicos. Estos tienen en no pocos casos una influencia determinante, pero rara vez se explicitan, y aún más difícil resulta identificarlos. Se pierde progresivamente con ello la capacidad de cuestionar la investigación y sus presupuestos, como también se termina aceptando de manera acrítica que la ciencia que se nos da a conocer es la ciencia que tenemos que conocer. 

Ideología en la ciencia,…

A estas alturas de la película, a nadie debería de sorprender que la investigación científica es altamente ideológica. Y esto aplica tanto en ciencia natural como en ciencia social. Es más fácil apreciar el ‘momento’ ideológico de la investigación en el segundo caso, evidentemente, porque en este plano se hace inmediatamente evidente los intereses que, de forma explícita o sólo taimada, han guiado la investigación y han condicionado la selección del objeto de estudio, el método empleado, o las inferencias hechas a partir de los datos obtenidos. Pero también existe una carga de profundidad ideológica, y no precisamente insignificante, en las ciencias naturales. 

El mismo Charles Darwin reconoció en el prólogo a la segunda edición de su libro El Origen de las Especies que había encontrado inspiración para su teoría de la sección natural, en nada más y nada menos que Robert Malthus. Economista y pastor anglicano, Malthus fue un defensor acérrimo del consumo por parte de los terratenientes y el resto de clases improductivas (incluyendo, claro, los pastores anglicanos). Eran estas clases subalternas de la burguesía las que debían de consumir el plusproducto que los trabajadores no podían adquirir con su salario, y que los capitalistas no podían emplear ni para su consumo personal, ni para acumular capital incrementando la escala de la producción. También postuló, y éste es el hilo al que Darwin se aferró, que la población humana crece en forma exponencial, mientras los recursos para su sustento lo hacen de manera lineal; lo que habría de resultar en constantes procesos de ‘ajuste’ entre la población y los recursos disponibles, y obligaba a instaurar mecanismos de control de la población, incluyendo bajos salarios para la clase obrera. A Darwin no debió de resultarle muy difícil trasladar el principio malthusiano de la población al medio natural, y explicar, así, los cambios naturales en las poblaciones animales y vegetales en virtud de la competición por recursos escasos (y menguantes). El ‘darwinismo social’ tiene su origen en un ‘malthusianismo darwinista’. 

En las antípodas del caso Darwin y del desarrollo natural de las especies, encontramos otro ejemplo menos conocido, pero igualmente significativo, de cómo la ciencia recoge, incorpora y se desarrolla, a partir de postulados ideológicos. Tomo este ejemplo del libro Razón y Revolución, de Alan Woods y Ted Grant. Hablo de la ‘interpretación de Copenhague’ de la mecánica cuántica. Sin entrar en detalles, esta corriente de pensamiento parte del ‘principio de indeterminación’ formulado por Heisenberg (sí, el de ‘Don’t fuck with Heisenberg’) para explicar las incertidumbres derivadas de la medición de velocidad o posición de las partículas subatómicas, y hace extrapolación del mismo al conjunto de la naturaleza y la sociedad; postulando que no existe causalidad ni determinación. La realidad pierde así todo principio rector en su movimiento, y los seres humanos, toda facultad de conocer o hacer inferencias. La existencia natural y humana queda reducida a un conjunto superpuesto de escenarios alternativos frente a los que no existe certeza respecto de cuál de todos (las probabilidades son infinitas) colapsará o se realizará. No es difícil apreciar los fundamentos idealistas que recorren tal perspectiva de arriba abajo. Vale la pena resaltar, como lo hacen los propios Woods y Grant, que lo ‘indeterminado’ de lo real ofreció a Heisenberg una oportunidad fantástica para justificar su participación en las Freikorps, avanzadilla de la contrarrevolución en Alemania (toleradas y promovidas por el gobierno socialdemócrata de la República de Weimar) que, entre otras lindezas, perpetraron los asesinatos de Rosa Luxemburg y Karl Liebknetch. 

En cuanto a sus fundamentos ideológicos, la ciencia social ha avanzado bastante poco

Abundan los ejemplos que se podrían aducir. Respecto de la ciencia social, y por regresar de nuevo a la teoría económica ortodoxa, hay que destacar que la figura del homo economicus neoclásico prepondera como modelo del comportamiento humano en general; modelo a partir del cual se formulan las preguntas de investigación (qué queremos saber) y, también, el método con el cual se pretende acometer la investigación (cómo vamos a examinar el objeto de estudio). Pero, como señala perceptivamente el economista marxista Guglielmo Carchedi, el homo economicus es una fantasía neoclásica (y keynesiana) consistente en proyectar al/a la capitalista y su comportamiento como forma general de la existencia humana, y hacer de la maximización del beneficio, vía la ‘utilidad marginal’, en el principio rector de toda racionalidad humana. En cuanto a sus fundamentos ideológicos, la ciencia social ha avanzado bastante poco. 160 años atrás, Karl Marx ya supo apreciar que la naturalización de las condiciones de producción capitalistas (explotación del trabajo ajeno; propiedad privada de los medios de producción; y un largo etcétera) era la razón de ser de la ciencia de la Economía Política. En lo que respecta a la renovación del museo del Banco de Inglaterra y la presumible orientación general de la campaña de ‘educación financiera’ del gobierno de Rishi Sunak, llueve sobre mojado. Y tratándose de la City, esto es doblemente cierto. 

… y en su divulgación

No estando la ciencia libre de ideología, su comunicación o divulgación a los públicos no expertos no es diferente en este sentido. Para entender mejor el componente ideológico de la comunicación de la ciencia, es necesario distinguir entre varios planos en lo que éste hace acto de presencia. 

El primer ‘momento’ ideológico de la comunicación de la ciencia lo comentaremos sólo de pasada. Este remite a los principios que justificarían que la comunicación de la ciencia exista. Se asume que existe una ‘relación problemática’ entre ciencia y sociedad, o una ‘brecha’ o ‘separación’ que hay que suturar por medio, claro, de más y mejor divulgación de ciencia. Es ésta una consideración altamente ideológica; cariz éste que se aprecia cuando se pregunta de dónde surge tal ‘brecha’ y se recibe el silencio por respuesta. 

Ciencia
Ciencia La divulgación de la ciencia y el capital
La Comunicación de la Ciencia no es inocente, sino que promueve la divulgación del conocimiento para favorecer la acumulación del capital y su legitimación ideológica.

Un segundo componente ideológico en comunicación de ciencia remite a la decisión de qué ciencia tenemos oportunidad de conocer en medios de comunicación de masas, redes sociales, y formatos como exposiciones o museos. No toda la ciencia se comunica a los públicos, y el sesgo ideológico en la selección que se hace resulta evidente. En relación al sistema mediático convencional, es sintomático el bombardeo constante de informaciones dedicadas a cuestiones tales como las patentes producidas por las universidades españolas, la creación de ‘empresas basadas en conocimiento’, el emprendimiento desde las universidades, y otros tantos aspectos relacionados con la mercantilización del conocimiento académico. En el magacín ‘La Ventana’ de la Cadena Ser, hay un espacio dedicado exclusivamente a contar las bondades de las tecnologías desarrolladas por empresas ‘intensivas en conocimiento’ (o ‘start-ups’, como ahora está de moda denominarlas); espacio en el que Carles Francico y compañía tienen oportunidad de deshacerse en elogios y fascinarse (hasta el punto de dar vergüencica ajena) con los empresarios pretendidamente ‘revolucionarios’ a quienes invitan. Con mínimo cuestionamiento, claro, de aspectos tales como los potenciales efectos adversos de las tecnologías que se presentan, o el hecho de que el desarrollo científico y tecnológico esté supeditado al imperativo del beneficio económico. No es casual tanta insistencia. Si se cantan las bondades de la transferencia del conocimiento y de las colaboraciones entre academia e industria es para que esta nueva orientación de la política científica se pueda asimilar con mayor facilidad, precisamente en un contexto en el que la investigación financiada por empresas está cada vez más cuestionada, por fraudulenta, y hasta los propios ciudadanos albergan muchas dudas respecto de su legitimidad

Una parte no despreciable de la información de actualidad científica que nos llega ha pasado previamente por el tamiz de la promoción y el marketing

En línea con lo anterior, resulta verdaderamente preocupante que una parte no despreciable de la información de actualidad científica que nos llega ha pasado previamente por el tamiz de la promoción y el marketing. Un caso reciente, y verdaderamente paradigmático, es de los lanzamientos (hasta ahora, todos fallidos por incumplimiento de objetivos) de la nave Starship de SpaceX. Si los medios de comunicación no escatimaron en exagerar las perspectivas que se abrían ante el inicio de las pruebas de la empresa de Elon Musk, el acabose llegó cuando la nave dichosa logró levantar el culo del suelo. En todo este ‘hype’, la NASA tiene bastante culpa, y no es para menos: necesita hacer creer que su apuesta ‘all-in’ por externalizar a empresas privadas parte de la construcción y el desarrollo de plataformas de lanzamiento y naves espaciales carece de riesgos. De momento, está saliendo cruz. 

Componente ideológico clave en la comunicación de la ciencia contemporánea es el nacionalismo. Hay informaciones de actualidad sobre ciencia y tecnología que son dadas a conocer por el mero hecho de que hay ejpañoles involucrados en algún punto. Ejemplo craso: los astronautas nacidos en una porción específica del territorio ejpañol reclutados por la Agencia Estatal Europea. Otro caso en el que la influencia es más sutil, pero de alcance igual o mayor, es el ‘nacionalismo informativo de vacunas’ del que hicieron gala, entre otros, eldiario.es (¡sorpresa! La izquierda,…). Me refiero, claro, al famoso caso de la ‘vacuna española’ contra el COVID-19. Los primeros pasos para el desarrollo de la solución ‘made in Spain’ se presentaron con gran fanfarria. Luego se fue demostrando que Ejpaña no daba la talla. La vacuna creada desde el CSIC estuvo desde el principio envuelta en la sospecha, y ha terminado siendo donada a los países de bajos ingresos, probablemente, por su baja eficacia. La vacuna de la empresa Hipra, a su vez, comenzó los ensayos clínicos a gran escala con humanos (‘fase clínica III’, en el argot) cuando la vacunación estaba ya bien avanzada en España. De hecho, el problema comenzaba a ser entonces cómo gestionar el exceso de vacunas disponibles. Que finalmente recibiera autorización por las autoridades europeas es, a todos los efectos, un logro minúsculo. Semejante cobertura informativa nunca hubiese tenido lugar si el factor ‘made in Spain’ hubiese estado ausente. Con todo, el ‘nacionalismo informativo de vacunas’ no se limita al caso español.

También existe comunicación de la ciencia puesta al servicio, y de forma bastante evidente, de legitimación de estrategias políticas

Pero no sólo existe ideología en comunicación de la ciencia. También existe comunicación de la ciencia puesta al servicio, y de forma bastante evidente, de legitimación de estrategias políticas. Los medios de comunicación británicos se han convertido en expertos en estas lides. Nos trasladamos ahora al conflicto OTAN – Rusia en Ucrania, en el que Reino Unido se ha implicado tan directamente que, aun a riesgo de extender el conflicto a escala global, ha desplegado tropas sobre terreno, como recientemente se ha conocido. La prensa británica no ha dejado pasar la oportunidad de incorporar el relato de actualidad científica y tecnológica a la causa bélica y a la demonización del enemigo. En pocas palabras, comunicación de la ciencia como propaganda. 

Fue en este marco incomparable que pudimos conocer, vía la BBC, que existía un ‘Amazonas europeo’ (probablemente, brotando de la nada) amenazado por el malo, malísimo de Putin. El avance con tanques y la siembra de minas antipersona por los invasores rusos estaban poniendo el riesgo este hábitat privilegiado de especies animales y vegetales. Se comprende ahora por qué el canciller alemán Olaf Scholz se ha opuesto reiteradamente al envío de misiles Taurus, de largo alcance, a las tropas ucranianas: ¡no son environment-friendly! Los ucranianos tendrán que seguir intentando defenderse y recuperar el territorio con palos y piedras, como hasta ahora.  

No acaba la cosa aquí. A finales de 2022, The Guardian, siempre tan dispuesto a dar voz a Volodímir Zelenski, se hacía eco de la intervención del presidente ucraniano en la cumbre del clima COP27 de la ONU. Según Zelenski (y The Guardian), combatir el cambio climático pasa necesariamente por conseguir paz en Ucrania, porque Rusia había aprovechado su ‘posición dominante’ en el mercado gasístico para ‘ejercer presión sobre la Unión Europea’. Lo que no dijo Zelenski, y The Guardian tampoco apostilló, es que Rusia introdujo restricciones de exportación de gas y petróleo tras las sucesivas rondas de sanciones aplicadas por Estados Unidos y la UE a la propia Rusia. Y va de suyo, aunque ni Zelenski ni los periodistas de The Guardian quisieron sacarlo a la luz, que la ‘paz’ reivindicada era la paz bajo las condiciones OTAN – Ucrania, es decir, incorporación de Ucrania a la OTAN y preservación del territorio ucraniano anterior a la invasión rusa. Lo que hay que destacar, en cualquier caso, es que la información sobre ciencia, tecnología y medioambiente sirvió en estos dos casos como pretexto para movilizar ciertas posiciones ideológicas. 

La comunicación de la ciencia reproduce los principios ideológicos sobre los que se articula la investigación

El punto culminante de la relación entre ciencia y tecnología se alcanza cuando la comunicación de la ciencia hace suyos los postulados ideológicos que orientan y proveen el marco general en el que se acomete la investigación científica. Se cierra así el círculo. La comunicación de la ciencia reproduce los principios ideológicos sobre los que se articula la investigación; y, por ese medio, tales postulados encuentran acomodo y penetran más profundamente en la ciencia (por ejemplo, vía el establecimiento de prioridades de investigación generales, o la incorporación de nuevas generaciones de científicos imbuidos de tales concepciones ideológicas), lo que condiciona a posterior la dirección ulterior de la investigación. Aunque lo he mencionado en otros textos, sigue sin tener desperdicio el texto del psicoanalista David Dorenbaum sobre el proyecto de investigación que explora las ‘causas naturales’ de la agresión. Asumiendo que tal iniciativa ha recibido financiación externa, encontramos que, cuanto menos, los científicos vinculados al mismo, los científicos que revisaron el proyecto cuando buscaba financiación, y los responsables de la agencia financiadora —quienes, a su vez, pretenden responder por los intereses de la sociedad en su conjunto—; todos ellos, insistimos, están convencidos de que conflictos como el de Ucrania (o, por caso, el genocidio perpetrado por Israel en Palestina) tienen una base natural que, como tal, es eterna e inmutable. Lo que supone adoptar un determinismo naturalista para explicar fenómenos históricos y sociales. En definitiva: proyección hacia el pasado y el futuro de las condiciones de producción capitalista como el ‘orden natural’ de las cosas. La naturalización del modo de producción capitalista no es sólo cosa de la ciencia económica. 

Ni la ciencia ni su divulgación son ‘prácticas inocentes’, y ambas poseen una fuerte carga de profundidad ideológica. Ésta puede ser más o menos explícita, o revelarse en formas mucho más sutiles. Urge que aprendamos a leer los contenidos de divulgación de la ciencia de manera crítica. Pero esto no lo vamos a aprender ni en museos, ni consultando The Guardian, ni en el canal de Youtube de QuantumFracture. 

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