Literatura
Lucía Mbomío: “Las personas que migran y dependen de un papel caminan siempre sobre el alambre”

Periodista y escritora, Mbomío se adentra en su segunda novela en las huertas del Sur para narrar las mil realidades que conviven sofocadas bajo los plásticos y unas leyes de extranjería que siembran esclavitudes contemporáneas.
Lucía Mbomio 2
Foto de Samuel Tavares
12 nov 2024 09:30

Lucía Asué Mbomío Rubio (Alcorcón, 1981) es capaz de ser una reportera cercana en un programa divulgativo de la televisión pública como Aquí la tierra, constituirse en referente del antirracismo en España, y ser una de las primeras personas que se sumergen en la oculta vida de las personas mayores migradas con el proyecto Afromayores.

Esta periodista, escritora y activista ha escrito Tierra de la Luz (Penguin, 2024), una novela en la que entra en el reverso de lo que se cuenta en las noticias: la vida en los invernaderos, en la huerta de Europa. Un libro en el que conviven en un equilibrio virtuoso la belleza sugerente del realismo mágico —que aquí bebe del imaginario fang—, y la cruda información y contexto sobre una realidad contemporánea que escasas veces asoma en la agenda informativa.

Tras Hija del Camino (Grijalbo, 2017), novela en la que ya exploraba desde la ficción las crudas realidades de las migraciones, esta barrionalista de Alcorcón da vida a un buen puñado de personajes en su lucha por buscarse la vida en los pequeños y violentos márgenes que la necropolítica migratoria les deja. Una maquinaria colonial capaz de convertir a una adolescente guineana llena de sueños de futuro en una mujer cansada que ha atravesado ya todos los traumas, y que conforma una red de resistentes que solo cuentan las unas con las otras para sobrevivir.

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Una investigación realizada en nueve países europeos muestra cómo las personas migrantes, que supondrían al menos un cuarto de quienes trabajan en el sector agrícola, sufren violencia, jornadas extenuantes de trabajo y pagos insuficientes.

La tierra de la luz está llena de sombras. ¿Nos toca disputar el concepto mismo de luz, de progreso? ¿Para quién es esa luz? ¿Y a costa de qué sombras?
Totalmente. De hecho, precisamente por eso se llama Tierra de la Luz. Primero, porque es real que en las huertas de Europa, que no solo están en el Estado español sino también en el sur de Italia o en el sur de Grecia, pero que podemos encontrar de forma similar en el sur de Estados Unidos y en tantos y tantos sures, la realidad es que hay mucha, mucha luz, hay mucho sol.

En las zonas en donde la luz es pronunciada, la sombra también lo es. Pero no nos hacemos esas preguntas porque simplemente nos quedamos un poco deslumbrados, quizá por esa luz, por esos resultados económicos, por esos títulos que nos ponen: la huerta de Europa. Qué gran orgullo, pero qué feroz para quienes trabajan en esas huertas, quienes soportan el calor de ese sol, pero que viven en sombras permanentes. Porque las ocultan, porque no nos dejan verlas.

El libro se nutre mucho del periodismo, pero es otra cosa: tiene que ver también con el sosiego, con el sosiego que no tenemos en los medios


Hablamos mucho de la deshumanización que trae el periodismo sobre determinados cuerpos negros, racializados, migrantes. ¿De qué manera la narrativa nos permite humanizar lo deshumanizado?
Escribí este libro varios años después de haber estado en Haití, tras el terremoto, después de haber estado en Líbano con personas refugiadas sirias, después de haber estado en las diferentes puertas de Europa, pero también en la Cañada Real o en otros poblados chabolistas. Y después de también reconocer que yo misma podía llegar a incurrir a veces en la pornomiseria o en la generación de titulares rápidos. O arrasar espacios a donde vas con las mejores intenciones, pero luego te vas y qué pasa, ¿no? Digamos que, de alguna manera, yo estaba rumiando todo esto, todas mis dudas con respecto a ese tipo de periodismo. Hasta qué punto es transformador y no solo una manera de generar visitas, etcétera. O algo que duele mucho dos días, pero luego desaparece.

Partiendo de eso pensé en cómo —y esto lo estábamos hablando antes tú y yo— los libros duran muchísimo más en el tiempo, las noticias son ultrafugaces. Hoy nos puede estar indignando una cosa y al día siguiente otra tranquilamente. Los libros duran muchísimo más en el tiempo y, sobre todo, permiten abordar con mucha más profundidad. Y un libro no necesariamente tiene por qué buscar un titular, porque hay trillones de historias, trillones de personajes, o puede haberlos. Y ese era un poco el motivo.

Aparte, el libro se nutre mucho del periodismo porque cuenta con datos, porque las descripciones parten de esos reportajes que he hecho previamente, pero es otra cosa: para mí tiene que ver también con el sosiego, con el sosiego que no tenemos en los medios, que provoca que tengamos que ir corriendo a los sitios a grabar, corriendo para editar, que ni siquiera nosotras mismas podamos digerir aquello que acabamos de ver.

Incluso lo que sucede cuando tú trabajas en televisión, en mi caso, que yo me he bajado a la huerta de Europa y he grabado con mi propio móvil, es que las pantallas a veces pueden servir de parapeto, evitando que sintamos, que nos indignemos y simplemente estamos produciendo casi en cadena. Aunque hay más gente que vea la tele, quizá, que personas que leen libros —no lo sé, este dato me lo acabo de inventar (ríe), o que vea más vídeos en redes sociales—, en un libro puedo reconciliarme incluso con la propia profesión, con el sentir de que esto puede servir para algo de verdad. Esto sí que se está contando con muchos más matices. El tiempo que tienes, el número de caracteres o los dos minutos y medio que te dejan para hacer un reportaje no te permite ahondar en matices de ninguna de las maneras. Entonces, al final estamos creando churros simplones.


El realismo mágico permite mirar lo terrible y enunciarlo de otras formas que nos sanan, que un poco nos liberan. ¿Por qué elegiste escribir desde ahí, que es lo que te ha aportado?
Escribí desde el realismo mágico, justo por lo que acabas de decir, porque siento que las cosas que cuento son insoportables. El otro día en la presentación del libro vinieron personas de Huelva y de Almería: Seydou Diopp y Negro Juan. Y yo, cada frase que decían, descubría algo nuevo. Era como “jolín, fíjate, o sea que esto también pasa, y esto también pasa, y esto también pasa”. Hay una sensación de insoportabilidad. El dolor es constante, no hay un descanso.

Yo tengo una dificultad fuerte para hablar de sentimientos porque tengo madre segoviana —Castilla es dura para hablar de sentimientos—. Entonces, tengo madre piedra y padre piedra, porque él es fang y tres cuartos de lo mismo. En casa estamos muy lejos de ser los osos amorosos. Somos todo lo contrario. Entonces, el realismo mágico primero me servía para hablar de sentimientos y luego me servía también para aliviar un poco ese dolor constante que lamentablemente, se da en la vida real. Esta frase súper manida de que la realidad es peor o más fuerte que la ficción es cierta porque en la realidad, lamentablemente, no hay realismo mágico. Y sin embargo, también hay algo de belleza en las fortalezas de la unión entre las personas que habitan esos espacios, esas zonas de exclusión.

Respecto a lo que comentabas antes, con todo el trabajo periodístico previo que tú habías hecho, me resulta admirable cómo conjugas ese lenguaje más literario, ese realismo mágico, con mucha información, mucho contexto, mucha cultura sobre los espacios de los que hablas. ¿Cómo has conseguido que fuese orgánico este maridaje entre lo literario y lo informativo?
Supongo que me ayudan mucho las descripciones. Los números tenían que estar allí. También tenía que estar la explicación acerca de la cuestión administrativa y cómo eso puede provocar que te sumas en un agujero, si estás en una situación irregularizada por el Estado. Pero luego las descripciones de los espacios, de los sentimientos, me permitían un poco tomar aire a mí misma.

Hay una persona que me dijo: “Con lo graciosa que eres en el día a día cuando escribes como que se te cae la pena”. Yo en este libro creo que se me ha caído toda la pena, pero también la rabia. Es verdad que funciono mucho desde la rabia, la rabia como motor, ahora de creación, antes no tanto (ríe). Esto, a mí me vale, sobre todo, para la descripción de espacios y de sentimientos y desde ahí, alivio. La parte de datos, de explicaciones para mí era súper necesaria porque —además ahora con las redes sociales, la simplificación que se está haciendo de todos los discursos, la cantidad de bulos que hay es tremenda— consideré fundamental que eso se explicara bien, que se entendiera aparte que hay tres mil millones de circunstancias diferentes, un millón de personajes distintos, historias que son muy dispares entre sí.

Para explicar todo esto, también podrías haber escrito un ensayo, dando muchos datos... Incluso en las editoriales dicen que los ensayos se mueven más que la narrativa en estos tiempos, ¿por qué una novela?
Porque quería juntar muchos sures en realidad. Por eso digo que es la huerta de Europa, pero puede ser también un campo de personas refugiadas, pero puede ser también la realidad de muchas personas que trabajan en el sur global para multinacionales europeas que se están forrando. Entonces necesitaba crear un mundo en donde cupiera todo eso.

Y precisamente por eso decidí crear una novela: conjugar muchísimas realidades, y además de esta forma también podía mezclar verdades con hechos inventados. Hay muchos elementos en el libro que son ciertos, como el hecho de que dejaron a un hombre que estaba muriéndose en la puerta de un ambulatorio porque temían que les denunciaran por contratar a una persona en situación irregularizada. Eso es verdad. Pero a lo mejor era difícil meter eso y al mismo tiempo hablar de una redada que se dio en Nigeria hacia personas del colectivo LGTBQ+. En el mismo ensayo quizá no cuadraba de ninguna de las formas, pero en una novela sí.

Cuando pensamos en porqués solo estamos quizá pensando en por qué la gente viene pero no estamos pensando en por qué están en situación irregularizada


En el libro, la protagonista impugna desde la realidad el estereotipo de lo que es ser una persona en situación irregular. Es un recorrido que no es el que la gente se imagina. Se presenta un proceso, que está lleno de giros, de discontinuidades, de cosas imprevistas. ¿Por qué es importante mostrar estas trayectorias que no se adaptan a ese concepto tan estrecho del inmigrante irregular?
Eso va un poco de la mano de esa rehumanización por la que preguntabas al principio. Tenemos una idea ultra monolítica de lo que se supone que es ser una persona migrante, y de lo que se supone que es una persona migrante en contextos como la huerta de Europa, y de exclusión y en situación de irregularidad.

Al final esa deshumanización no solo priva de nombres y de historia, sino que priva también de porqués. Cuando pensamos en porqués solo estamos quizá pensando en por qué la gente viene pero no estamos pensando en por qué están en situación irregularizada. Entonces ahí exculpamos también a todo el aparato legislativo que aboca a ciertas personas a vivir mal. Las redes sociales están arrojando un discurso por el cual la gente viene porque quiere en situación irregularizada, o está aquí en situación irregularizada porque le da la gana. El retrato es muy simplón, sin aristas, plano. Me parecía fundamental poder hablar de sueños. Me parecía fundamental poder hablar de inquietudes, de curiosidad por el mundo y poder contar una historia que podría pasar. Yo misma tengo un sobrino que estaba aquí estudiando y que en su caso se le olvidó ir a firmar para renovar su NIE y de repente se vio en situación irregular y se tuvo que volver a Guinea. Y es un tío que llevaba aquí desde los 14 años y tuvo que volver con 20 años a su tierra. Ese tipo de historias se dan.

De hecho, la protagonista, Ngolo, hay un momento en el que reconoce que le da vergüenza contar su historia, porque siente que ha sido muy fácil. Pero escojo precisamente esa historia de llegada para ilustrar hasta qué punto las personas que migran y dependen de un papel para poder tener derechos caminan siempre sobre el alambre y con una espada de Damocles encima. Y cómo si el viento sopla fuerte, puede que te caigas y nunca más puedas salir de la brecha en la que te has sumergido. De ese acantilado. Entonces también era un poco esto: que conste que esto no es tan fácil, que no es de bueno ya estoy en situación regularizada y todo se acaba. No, puede que mañana no sea así y entonces tu vida se va a complicar mucho.

A la gente no se la deshumaniza para poder esclavizarla, es que viene deshumanizada porque ya se les esclavizó

Hay un continuo que aparece en el libro, que es la esclavitud. Una esclavitud que nunca se ha dejado atrás, nuevas formas muy parecidas a las de siempre.
Hay significantes que dan mucho miedo, como esclavitud. Pero hay significados que son muy verdad y que no nos dan tanto miedo, a pesar de que se están dando continuamente, como puede ser esa esclavización contemporánea en los sures literales y figurados. Y que, en muchos casos, están conectados con esa situación de irregularidad que viene muy bien para poder tener mano de obra barata, carente completamente de derechos y para, en efecto, continuar esa línea de deshumanización que no es nueva. A la gente no se la deshumaniza para poder esclavizarla, es que viene deshumanizada porque ya se les esclavizó.

Y esta idea de la esclavitud conecta de algún modo con la enajenación de la sexualidad de las mujeres africanas. Una sexualidad objeto de continuo extractivismo.
Claro, esto no es algo reciente. Es la continuación de un relato, de una praxis que tiene solera y que además, en el caso de las mujeres, precisamente por esa deshumanización, entronca con su hipersexualización o con una sexualidad que no les pertenece, que pertenece a los otros. Y sí, se ve muy bien, y me parecía importante que se hablara. Yo había ido a varios sures, pero es cierto que a mí me impresionó cuando fui a Almería, al asentamiento Atochares, que hubiera una mujer de Guinea Ecuatorial. Siempre pensé que en mi comunidad, como tiene muchísimo arraigo, esto no pasaba. Tenemos unas redes familiares que pueden llegar a ser más sólidas, ya que tienes aquí hasta un abuelo que tiene una casa. Y está la solidaridad y la hospitalidad, aunque aquí es más complicada que en el continente africano, porque aquí las necesidades también son otras.

En fin, me llamó mucho la atención encontrar ahí una guineana a la que le había pasado eso: que su vida iba bien, pero se puso enferma, no pudo trabajar, no pudo renovar y acabó ahí, acabó fatal. Y hubo un momento en el que yo le pregunté: “¿Qué sucede? ¿qué ha pasado? —porque yo fui en contexto de pandemia— ¿habéis podido trabajar en todo este tiempo?” “No”. “Y entonces, ¿cómo habéis comido, como os habéis buscado la vida?” Y ella me dijo: “Ay, es una larga historia”. Ahí me hice también muchas preguntas: ¿cuándo salvamos a las mujeres migrantes?, ¿cuando están en redes, pero no cuando están explotadas debajo de un plástico? ¿Acaso no pensamos que esa explotación se da, no solo cuando están en una rotonda, sino que también las están violando para darles, por ejemplo, la posibilidad de tener un contrato? Desde el momento en el que, sí vale hay un consentimiento, es un intercambio. Pero no deja de ser también producto de una explotación.

Esas mujeres a las que están metiendo mano constantemente en la huerta, ¿por qué son salvables en unos ámbitos y no son salvables en otros? ¿Y cuánto de moral hay ahí? Como digo es una continuación de una deshumanización que entiende que los cuerpos de las mujeres negras, de las mujeres en situación de vulnerabilidad, de las mujeres migrantes, no les pertenecen solo a ellas.

Migración
Huelva Mujeres en los asentamientos, cautivas en las afueras de todo derecho
En los últimos años cada vez son más las mujeres que residen en los asentamientos de temporeros migrantes en Huelva. A las dificultades que enfrentan quienes viven en esta situación de sinhogarismo enquistada en la provincia, se suman problemáticas propias de su género.


Hay una gran diversidad de perfiles, que complejiza ese simplismo respecto a las migraciones. Dinamitas esa idea de migrantes africanos como en lote, describiendo una miríada de diferencias de origen, de cultura, de edad, de situación vital pero atravesadas de una situación de opresión común: una diversidad total que comparte unas vivencias que te ponen hombro a hombro con gente muy distinta a ti.
Porque hay desde chavales que están estudiando y que hacen los deberes fuera de la chabola, porque se asan dentro y no pueden estudiar, hasta mujeres que ya tienen cierta edad y a las que les han quitado la custodia de sus peques y de repente se sienten la mamá del resto. Hay personas que han trapicheado con los papeles y llegaron siendo DJs y han acabado en un poblado chabolista. Me parecía fundamental hablar de esa diversidad, porque esa diversidad existe. Es una diversidad enorme, y ya ni siquiera en términos de país, sino hasta en términos de etnias, pueblos, comarcas, regiones a las que perteneces en el continente africano o en cualquier parte del mundo. Eso te marca en términos de idiosincrasia, de manera de proceder, etcétera.

Pero sí, hay un retrato de lo que se supone que es ser negro. Incluso pues es que se habla del África subsahariana como un país, ya ni nos paramos siquiera a pensar que comprende más de 40 países con realidades muy distintas. Pero que unión tan preciosa y por otro lado, tan necesaria cuando las cosas vienen mal dadas y cuando cuando tienes que sobrevivir. Porque al final es esto. Me parecía fundamental hablar de esas diferencias, pero también de esas uniones a pesar de las diferencias, de esas uniones como sostén de la vida, literalmente como sostén diario de la vida.

Para reclamar también, porque hay una personaje que es muy, muy cañera y que si hace falta va al Ayuntamiento y reclama los empadronamientos. Pero también para prepararse comida cuando prácticamente no tienes nada o para darse un abrazo. Esto es una cosa que a mí me parecía fundamental, que fuera una novela, sobre todo de mujeres que se apoyan y que son más fuertes por eso y que se cuidan, pues por ejemplo, para poder llegar a casa cuando no hay luz y temes que puedas ser violada.

Cuando normalizamos que hay gente por narices fuerte, también normalizamos su dolor y al final convertimos lo atroz en algo digerible

Hay también algo de mágico y ancestral en las resistencias, que creo que queda muy bien reflejado en la novela.
Me da mucha rabia cuando la gente dice que las personas que vienen a través del mar o saltando la valla, atravesando un desierto... que quienes llegan —porque hay mucha gente que se queda por el camino— están hechas de otra pasta. Lo detesto. Porque te has tenido que endurecer, tú no eres fuerte por narices. La vida te endurece. Las condiciones a las que te abocan te endurecen. Solo hay que pensar en la gente que se fue de aquí durante la guerra, que se tuvo que separar de sus peques y mandarles a Rusia, por ejemplo.

Hay pueblos que llevan siendo pisoteados demasiados siglos como para que esto no sea ya algo que llevas prácticamente puesto. En el libro se habla de personas sobre todo africanas, que están en el continente europeo, pero hay que pensar que esas personas no están pisoteadas al llegar a Europa, que de repente cruzas el Estrecho y todo cambia. Es que esas personas si vienen, en muchos casos, es porque la bota sigue encima de ellas en los continentes que habitan y la bota lleva demasiados siglos ahí.

Me da mucho miedo quedarme solo en la fortaleza y precisamente por eso trato de incluir toda la ternura del mundo y muchos sentimientos. Porque cuando normalizamos que hay gente por narices fuerte, también normalizamos su dolor y al final convertimos lo atroz en algo digerible. Esa es la razón por la cual, está ahí la fortaleza que se fundamenta sobre todo en la unión entre mujeres, entre personas que se apoyan, que luchan juntas, que resisten juntas, pero que también sienten fuerte. Y que si se apoyan, no es solo desde la fortaleza sino desde la ternura, que ojalá nos diéramos más espacio, en general, para poder reconocerla.

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