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Periodista y profesor de Periodismo (Universidad del País Vasco, UPV/EHU)
Lejos de hacer su agosto, los medios de comunicación pasan como pueden el octavo mes del calendario. Si pudieran, lo borrarían. Muchos de los artículos y piezas que publican son un calco de lo del año pasado. Bueno, lo serán otra vez desde el próximo, porque el primer verano de la normalidad post-covid ha llenado los titulares de coletillas como “Por fin” o “Reencuentro”, así como de comparativas con el año 2019, el último anterior a la pandemia. Por lo demás, más de lo mismo: crónicas de fiestas de ciudades y pueblos en “alegría desbordada” y las clásicas serpientes de verano.
A falta de competición oficial, muy de agosto suelen ser los culebrones relacionados con los fichajes de la élite del fútbol masculino. Tampoco este año nos hemos librado, y eso que los partidos empezaron ya el 12 de agosto, lo que ayuda a rellenar espacios informativos. Recuerdo un día en la redacción en que mi jefe, un día de agosto, encendió el mechero y me dijo: “Toma y quema el monte si quieres, pero tráeme algo”. Por supuesto, era una broma, por desgracia, algo premonitoria, dado que este agosto no ha sido necesario que un periodista provoque un incendio para tener algo que contar. En realidad, nunca es necesario.
En política, siempre hay quien aprovecha el tedio que se vive en las redacciones para obtener presencia mediática o hacer que la tenga su adversario
De hecho, la casi ausencia de agenda oficial de la clase política que se da en agosto podría ser aprovechada para profundizar en aquellas cuestiones de la realidad social a las que apenas se dedican espacio ni tiempo durante otros meses, pero los medios, con frecuencia, prefieren guardarlas en su nevera informativa para otros momentos. El argumento es simple: la gente se está evadiendo, no está para conocer historias tristes. Y siempre hay, en la política, quien aprovecha el tedio que se vive en las redacciones para obtener presencia mediática o hacer que la tenga su adversario. En este último caso, por su puesto, en negativo. Ejemplo claro ha sido lo ocurrido con la primera ministra de Finlandia, Sanna Marin, cuyas fotos y audios divirtiéndose en fiestas privadas han sido denunciadas con tintes de escándalo político. ¿No puede una primera ministra divertirse, incluso bebiendo alcohol o ingiriendo alguna sustancia psicotrópica en horas en las que no deba atender el trabajo? ¿Qué justifica la publicación de los audios o las imágenes que demuestran que estaba de fiesta? Me temo que la respuesta pueda estar en su condición de mujer e, incluso, con su aspecto físico de mujer de 36 años.
No es el único recurso mediático para buscar esa audiencia mentalmente dispersa, pero concentrada en los mismos lugares —playas atiborradas, chiringuitos, cascos históricos donde cada día parece celebrarse una manifestación— vinculada con la mujer y su aspecto. Medios de comunicación teóricamente catalogados entre los serios hacen noticia con el biquini o, en el mejor de los casos, el vestido que tal mujer ha llevado.
Afortunadamente, también agosto ha tenido su contrapunto en los medios con cuestiones más serias, como la promulgación de conocida como “ley del sí es sí”, un nuevo intento de lucha contra un machismo que en verano ha sumado a sus expresiones y formas más violentas la del pinchazo, que también ha acaparado portadas y abierto informativos. La generalidad de los medios de comunicación sí ha profundizado en torno a este nuevo reflejo del viejo problema de la violencia machista, pero, en cambio, no han sido tantos —haberlos, los ha habido— aquellos que han utilizado el parón en la agenda de los todopoderosos gabinetes de comunicación para profundizar en cuestiones como el cambio climático y las mil formas de sufrimiento humano. Y eso, en año de récords en superficie quemada, grados en el mar y olas de calor.
Crisis climática
Medidas energéticas Crisis energética, ola de calor, sequías e incendios: un verano para reflexionar
Emmanuel Macron esperó a que agosto viera acortados sus días y sus horas de sol para preparar a la ciudadanía francesa para el “fin de la abundancia”. Seguro que muchos y muchas se preguntarán en Francia a qué abundancia se referirá el presidente francés, porque, desde luego, no será la que ellas y ellos nunca experimentaron. El lunes 29 de agosto, mientras escribo estas líneas, prácticamente todos los medios abren sus ediciones digitales con que Ursula Von der Leyen, la presidenta de la Comisión Europea, anuncia “una intervención de emergencia” en el mercado eléctrico. Si la inflación hincha los precios, los poderes políticos y financieros inflan la terminología. Prepárense para un septiembre cargado de titulares con calificativos como “grave” o “excepcional” que acompañarán a sustantivos como “situación” o “medidas”, así como expresiones como “temor en los mercados” o, incluso, “tormenta”, esta última utilizada el martes 30 por el lehendakari de la Comunidad Autónoma Vasca, Iñigo Urkullu. No hay emoción más controladora que el miedo.
Probablemente haya razones para sentirlo, pero al igual que hay un periodismo que incide en el aspecto emocional en lugar de hacerlo en la reflexión (Timsit, 2002) habrá otro que, en lugar de limitarse a transmitirlo, intentará ayudar a descifrar sus causas —para prevenirlas— y por qué el sufrimiento recae en unos más que en otros. Casi siempre, sobre los mismos. Pero el temor, transmitido como resultado de una estrategia, consigue el efecto de la división y la culpabilización: seremos más pobres por culpa de Putin, pero al mismo tiempo culparemos a Zelensky de no aceptar sus condiciones. El miedo predispone para la aceptación de medidas tan “extraordinarias” como la “situación” que se nos describe. ¿Por qué ahora sí se puede reducir el precio del transporte público o intervenir en el mercado eléctrico? La inflación nos afecta a todos, pero yo, hombre blanco de mediana edad, trabajador de clase media de un país occidental, aunque menos, puedo seguir comprando en el supermercado. Muchas otras personas de nuestro entorno cada vez pueden adquirir menos bienes en él. Y una cuarta parte de la población mundial ni siquiera puede comer tres veces al día. Pero ni para ellos ni para la vida en el planeta hay “emergencia”, sucede nada “grave” ni nada resulta “excepcional”.