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Ningún movimiento puede mantenerse y crecer a no ser que desarrolle una perspectiva estratégica que unifique sus luchas y que medie entre sus objetivos a largo plazo y las posibilidades existentes en su presente.
Silvia Federici
La denominada violencia de género ha logrado sacar al feminismo de la dispersión y marginalidad relativas ─en comparación con el masivo estallido feminista de la década de 1970─ en las que lo hemos vivido quienes comenzamos a organizarnos en espacios de mujeres en los años 80 y 90 del siglo pasado.
La potencia más transformadora de las luchas feministas de los 70’s, su crítica radical a la división sexual del trabajo, su denuncia de la invisibilización del trabajo reproductivo y la exigencia, no solo de su reconocimiento, sino también de su retribución monetaria, arrancaron muchas conquistas tanto simbólicas como materiales a esa alianza nefasta entre capital y patriarcado que gobernaba y sigue gobernando el mundo, para desgracia de todos y, muy en especial, de las mujeres. La contrarrevolución neoliberal llegó, sin duda, para borrar esas conquistas del mapa. Y mientras este plan se lleva a cabo, las propuestas más transgresoras y universales de un feminismo que había llegado para transformar el mundo ─y no solo la situación de las mujeres en el mismo ─van siendo domesticadas, aplanadas, agrisadas por un feminismo de la igualdad que hace metástasis desde las instituciones (institutos de la mujer, ministerios de igualdad) a la sociedad. Durante la llamada tercera ola, las críticas, en especial de los feminismos negros al feminismo legítimamente tachado de burgués, eurocéntrico y blanco, y de las feministas lesbianas a la norma heterosexual, rompen las costuras del sujeto único mujer para sustituirlo, de manera irreversible, por el sujeto múltiple, mujeres. El feminismo es remplazado por los feminismos. Son los tiempos de las teorías queer, de la interseccionalidad como forma de entender los cruces de relaciones de poder en la formación de las identidades, de la guerra al orden heterosexual, del señalamiento de que no solo el género, sino también el sexo, es algo que no nace sino que ─también─ se hace, de las aportaciones del feminismo comunitario latinoamericano, etc. Si hay algo que jamás se podrá reprochar a los feminismos es, precisamente, su inagotable capacidad creadora de nuevos imaginarios, su tenaz y constante disposición a romper fronteras: entre la mente y el cuerpo, entre el binomio hombre/mujer, entre el espacio público y el privado... Pero toda esta capacidad de producción de pensamiento y acción política ha sido, en mi opinión, desposeída de buena parte de su carga más subversiva debido, entre otras cosas, a la dispersión, al encierro académico de parte de sus propuestas y/o a la marginalidad y, consecuente falta de transversalidad e incidencia, de los grupos y espacios más imaginativos y propositivos.
Durante la llamada tercera ola, las críticas, en especial de los feminismos negros al feminismo legítimamente tachado de burgués, eurocéntrico y blanco, y de las feministas lesbianas a la norma heterosexual, rompen las costuras del sujeto único mujer
En los últimos años y de la mano de una suerte de basta ya global disparado por el Nos queremos vivas de las argentinas, la dispersión a la que parecíamos estar ya acostumbradas confluye en una batalla común frente a lo que se percibe colectivamente como un nos están matando. El término feminicidio alcanza rango jurídico en muchos países y aspira a alcanzar una dimensión jurídica internacional. Los medios se hacen eco de las violencias (violaciones, asesinatos) diariamente cometidas en nuestro país y en muchos otros. Los intentos de simplificar la violencia de género reduciéndola a su expresión más brutal, dramática e irreversible (los asesinatos) son rápidamente interceptados por la perspectiva feminista que recuerda que esta es solo la punta del iceberg: la violencia del patriarcado se manifiesta en todos los ámbitos de la existencia y, por lo tanto, en el interpersonal, claro, pero también en el laboral o en el institucional, desde la familia hasta el Estado, pasando por la escuela, la clínica, la universidad, etc. A la vez, el feminismo, hace apenas una década condenado, como dijimos antes, a la marginalidad de las feas de siempre que no se han enterado de que la igualdad ya existe y que solo cabe dejar que el tiempo haga su trabajo, se hace mainstream. Comienza a hablarse de feminización ya no de la pobreza, sino de la política. La ausencia de mujeres en espacios de representación empieza a ser mal vista. Es el momento ya no solo de las cuotas, sino de las listas cremallera. Surgen movimientos como el #MeToo, que conecta a través de las redes sociales a mujeres de todo el planeta. De repente, todo el mundo se declara orgullosamente feminista (o defensor/a de los derechos de las mujeres), incluso las representantes políticas de los partidos conservadores y las líderes de fuerzas directamente fascistas como Marine le Pen. Una de las imágenes más perversas de la fuerza del estallido feminista actual podría ser la de la inauguración de la cumbre de Davos, con una mesa compuesta exclusivamente por mujeres y presidida ¡por Christine Lagarde! Una de las expresiones más potentes, podría ser, por el contrario, la crítica feminista siempre al pie del cañón para desnudar las instrumentalizaciones despotenciadoras (distinción crucial, por ejemplo, entre feminización y devenir feminista de los espacios de poder) y, sobre todo, la masividad, pluralidad y transversalidad de la insurrección feminista actual.
En el Estado español, tanto las dos últimas manifestaciones contra la violencia de género, como el 8M del 2017 reflejaron en las calles las dimensiones del estallido. La internacionalidad del movimiento es algo muy a destacar en un mundo cuyo orden injusto se diseña globalmente. Pero también es obligado resaltar el carácter intergeneracional, así como la extrema juventud (presencia muy activa de estudiantes de secundaria) e, incluso, la mixticidad esto es, la presencia de multitud de hombres en todas estas ocasiones. Muchas contradicciones, nuevas preguntas y cuestiones a problematizar. Por todas estas cosas y muchas más, los feminismos están de fiesta. Y no es por aguarla, sino para poder ensanchar el acontecimiento, que las feministas estamos, me parece, obligadas a tomarlo muy en serio para hacernos algunas preguntas comunes y poder convertir esta insurrección global en un movimiento de transformación real de las condiciones sociales, políticas y económicas que reproducen la alianza letal patriarcado/capitalismo.
¿Cuáles podrían ser, en este momento privilegiado de insurrección feminista de escala global, los principales objetivos colectivos por los que pelear? ¿Qué batallas concretas interceptarían con mayor eficacia la reproducción del patriarcado en el marco del neoliberalismo global?
Las preguntas no concernirían tanto a debates parciales, como el de la prostitución o el de la gestación subrogada, que vuelven a distanciarnos en posicionamientos inamovibles, como a discusiones de fondo, más en los cimientos de lo que queremos construir, más transversales.
Que no se me malinterprete. No digo que la cosa vaya de rehomogeneizar la rica y creciente pluralidad del movimiento. Ni de buscar una unidad de acción estratégica que aplane las diferencias entre las múltiples formas de estar afectadas las mujeres por el patriarcado según nuestra clase social, nuestro color, nuestra religión, nuestra diversidad funcional, nuestra identidad de género, nuestra orientación sexual, etc. Pero sí creo que, desde todos estos puntos de vista situados, nos tocaría trazar algunas líneas de acción comunes. Sirvan estas preguntas para ir buscando.
¿Cuáles podrían ser, en este momento privilegiado de insurrección feminista de escala global, los principales objetivos colectivos por los que pelear? ¿Qué batallas concretas interceptarían con mayor eficacia la reproducción del patriarcado en el marco del neoliberalismo global? ¿Para subvertir la relación de poder que es el patriarcado nos sirve el fenómeno de la violencia o quizá hayamos de buscar, retomar, actualizar discursos y prácticas más agresivos? ¿Qué intersecciones experienciales y teóricas son susceptibles de ofrecernos mayor capacidad de agencia y, por lo tanto, de empuje transformador? ¿Cómo nos organizamos para compartir estos debates y decisiones en las que nos jugamos tanto, en las que nos va la vida, la de las mujeres, la del mundo en general? Porque, ¿somos feministas para cambiar el mundo o nos conformamos con que mejore la situación de las mujeres en el mismo ? O, dicho de otro modo, ¿queremos construir un movimiento sectorial o universal?