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Racismo
Apuntes sobre la escalada del ‘Asian Hate’
El atentado cometido por un hombre estadounidense contra ocho personas (siete de ellas mujeres y seis de ellas de origen asiático) en Atlanta no es sino uno de los capítulos más tétricos de la extensísima lista de ataques xenófobo-racistas que han tenido lugar en Estados Unidos desde mucho antes de que la guerra de Corea instalase definitivamente al “amarillo” como uno de los “otros” de la nación norteamericana. Aquella tragedia bélica no fue sino un episodio más del proceso de expansión imperialista en Asia de la burguesía estadounidense a través de su aparato estatal y de sus herramientas político-partidistas: el Partido Demócrata y el Partido Republicano.
Robert Aaron Long, el acusado, un hombre de nacionalidad estadounidense que reconoció la autoría de los hechos, los vinculó a una adicción al sexo que le impulsó a querer “eliminar la tentación”. La puesta en duda por parte de la estructura política, policial y mediática del carácter xenófobo del ataque indignó a buena parte de la comunidad asiática del país. Esta es, en realidad, una dinámica general de la derecha estadounidense, tendente a la despolitización de las violencias. Un ejemplo similar puede encontrarse si se echa la vista atrás hasta el año 2016, cuando un terrorista islamista perpetró una masacre en una discoteca LGBT y algunos representantes mediáticos de la derecha estadounidense y británica banalizaron el carácter político del ataque.
Los ataques xenófobos se cruzan con claridad con las violencias machistas: las mujeres asiáticas o asiático-americanas reportaron 2.3 incidentes más que los hombres
Los datos exigen mucha imaginación a cualquier persona que quiera desproblematizar el atentado de Atlanta. La organización Stop AAPI Hate (Stop al Odio contra las comunidades Asiático-Americanas y de las Islas del Pacífico) reportó en su informe de marzo 3.800 incidentes de odio anti-asiático desde que comenzó la pandemia, en contraste con los 2.600 registrados el año anterior. Contrariamente a lo que podría pensarse, apenas el 10,8% de ellos se vincularon al acoso online, lo que supone una clara desvirtualización de estas violencias.
Los ataques xenófobos, además, se cruzan con claridad con las violencias machistas: las mujeres asiáticas o asiático-americanas reportaron 2.3 incidentes más que los hombres. Las mujeres de ascendencia china y aquellas de ascendencia coreana, leídas desde el racismo a menudo como chinas, concentran buena parte de las denuncias.
Aunque no es necesario cruzar el Atlántico para encontrar violencia simbólica y material contra la comunidad asiática. Este mismo abril una broma racista pasó todos los filtros de la producción de ‘El Hormiguero’ y fue puesta en escena en prime time. En una escenografía casi animalizante, ‘El Monaguillo’, colaborador del programa, tenía que discernir entre tres hombres asiáticos cuál de ellos era el japonés. ¿El papel de estas tres personas? Mantenerse calladas y quietas mientras cientos de miles de personas les inspeccionaban. “A algunos les ha hecho gracia esta mierda”, denunció la creadora de contenido @mad4yu. Aunque obvio, es crucial hacer notar que exponer a tres seres humanos atendiendo a factores étnico-raciales como si de una atracción de circo se tratara es racismo.
No veo @El_Hormiguero pero varios amigos me han mandado el video.
— China Cochina (@mad4yu) April 16, 2021
Déjenme explicar por qué esta sección del programa fue muy inapropiada. pic.twitter.com/jQcNgut5zQ
La legitimación cultural de la violencia
En todos los escalones de la cotidianeidad se reproducen micro-momentos políticos que consolidan los comportamientos anti-asiáticos. El campo de las masculinidades, sirva como ejemplo, es uno de ellos. Inserto en el marco de los estereotipos occidentales se encuentran formas de masculinidad que no por casualidad suelen definirse como ‘chinas’ aunque incluyan también a los hombres coreanos y, en menor medida, a los japoneses. Evidentemente, entre las formas de socialización masculina de China y de las Coreas hay diferencias sustanciales que se explican por cuestiones históricas, políticas y de otra índole. Por ejemplo, la especificidad del formato de masculinidad junzi presente en China se distancia de los modelos hegemónicos en Corea del Norte, por un lado, y del Sur, por otro. Lo que ocurre es que estas divergencias no parecen importar mucho en Occidente, donde tienden a agruparse todas ellas bajo la categoría de ‘chinas’.
Como sea, esta forma de presentar a los hombres se cimenta sobre la idea de su asexualización. A menudo, son menos atractivos y más inteligentes, malvados o codiciosos. Ahora bien, esta lógica asentada durante décadas en el imaginario colectivo no cierra la puerta a tendencias como la de la incursión en nuestros países del k-pop. Todavía de manera periférica, estas reformulaciones favorecen la censura de casos como el de El Hormiguero. Aun así, ha sido tal la capacidad hegemónica de las masculinidades occidentales desde hace décadas, que incluso la nueva clase media shanghainesa de las primeras décadas del siglo XX abandonó los modelos chinos de masculinidad en favor de ellas.
Las formas más explícitas del odio contra las comunidades negras o latinas parecieran enfrentarse hoy, como consecuencia principalmente del esfuerzo militante de sus organizaciones, a cierta tabuización. Sin embargo, no parece haberse dado el mismo desarrollo al respecto de las comunidades del Asia Oriental y el Sudeste Asiático
Lo cierto es que este y otros muchos prejuicios se propagan mediante su reiteración en los aparatos de reproducción ideológica. En ellos, las formas más explícitas del odio contra las comunidades negras o latinas parecieran enfrentarse hoy, como consecuencia principalmente del esfuerzo militante de sus organizaciones, a cierta tabuización. Sin embargo, no parece haberse dado el mismo desarrollo al respecto de las comunidades del Asia Oriental y el Sudeste Asiático. En el cine y en las series pareciera haber mayor ligereza cuando se trata de violentar a personas chinas, coreanas, vietnamitas, etc. Misticismo, incompetencia y malicia suelen ser caracteres básicos de estos personajes.
Esto se observa de forma especialmente clara en el cine. Desde representaciones de una sordidez extraordinaria como el asesinato de Kim Jong-un en The interview hasta figuras retóricas como el uso de “so Chinese!” [muy chino] para referirse a un servicio inadecuado o a un aparato defectuoso, todas ellas constituyen un corpus xenófobo-racista que se instala en la psique colectiva.
Convendría incorporar a este respecto alguna de las reflexiones de Edward Said en su obra Orientalismo (1978). La representación de lo oriental como una masa con cierta homogeneidad tiene más que ver con una suerte de invención europea (o, al menos, eurocéntrica) históricamente útil para el dominio sobre ciertos territorios y poblaciones. Esta forma de pensar ‘Oriente’ encuentra su punto de partida, como mínimo, en las experiencias británica, francesa y norteamericana. De una u otra forma, las nociones orientalistas están presentes en la conciencia geopolítica occidental gracias a su difusión durante décadas a través de textos de diversas disciplinas.
Esta cadena de significaciones de lo oriental tiene reflejos nítidos en nuestros días. Una rápida búsqueda en Google sirve para encontrar centenares de artículos de personas de ascendencia china que viven en Estados Unidos y narran su frustración al cruzar su identidad cultural y familiar con lo que viven en el país. El de Zoe Zhang en Michigan Daily, por ejemplo, ilustra esta situación: “Vivir en los Estados Unidos nunca me ha hecho sentir orgullosa de mi herencia china, nunca. Ser china nunca ha sido una identidad en este país, es una mercancía. Mi identidad nunca se ha percibido de forma positiva a menos que sea un producto que se pueda consumir, como la comida china o los artículos de fast fashion que se fabrican en China. [...] Pronto comencé a darme cuenta de que China no tenía una imagen positiva aquí, en los Estados Unidos, ni siquiera antes del covid-19. La sinofobia estaba en todas las noticias y en los medios de comunicación. Me volví muy consciente de ello. Dondequiera que mirara, mi país de origen estaba siendo retratado abrumadoramente como sucio, corrupto y autoritario, sin una sola mención de nuestras tradiciones, humildad o cultura”.
El odio se teje desde los Estados (Unidos)
Por central que sea descifrar, comprender y denunciar las innumerables particularidades de cada una de las formas en las que se muestra el odio contra la comunidad asiática, nada es más radical que indagar en sus causas políticas/superestructurales y, por necesidad, en las económicas/infraestructurales. No es sino faltar a la verdad negar la implicación de los grandes capitales estadounidenses en la política del Asia Oriental a través del gobierno del Estado y de sus esferas de poder satélite.
No obstante, antes de involucrar al imperialismo estadounidense conviene dar una pincelada sobre otros con anterior presencia en la región. La aventura expansionista del Imperio japonés supuso la primera experiencia de modernidad capitalista para Corea a partir del expolio, maltrato y violaciones a su pueblo. Una “cordial” bienvenida de la mano de un Imperio que se auto percibía en algunos sectores como ario y, en la mayoría de ellos, como occidental. En China, los contactos con la violencia imperial se datan, como mínimo, de las Guerras del Opio (1839-1842) que supusieron la adhesión británica de Hong Kong y de varios de los puertos más importantes del territorio. También en lugares cercanos como Vietnam la huella imperial, en este caso francesa, introdujo a la fuerza al país en la lógica de la acumulación (de unos en detrimento de otros).
Esta reflexión es importante para poner en contexto que sobre este territorio ha habido desde hace, por lo menos dos siglos, miradas imperialistas, colonialistas, extractivistas, etc. Y siempre hubo, de una forma u otra, explicaciones étnicas, raciales o culturales. Los carteles británicos donde se promocionaba Hong Kong como un lugar en el que los nativos te llevaban en sillón a los hombros, las teorías racistas de ideólogos japoneses sobre su tarea histórica de modernizar Corea y China o la misión redentora de Estados Unidos contra el comunismo en Vietnam. Siempre operó esa lógica.
La misma dinámica se arrastró hasta nuestros días, no quedando relegada a la condición de anacronismo sino acomodándose a los movimientos en el seno de las esferas de la economía, la política, la cultura, la comunicación y otras. Francia ya no ocupa Vietnam, pero a través de actores como el FMI o el Banco Mundial se obligó al gobierno a aceptar la desestatalización de su economía y el torrente de capitales extranjeros a cambio de ayuda humanitaria. Tampoco Japón ni Estados Unidos designan al poder político en Corea, pero el sur depende militarmente de Washington y el norte sufre quizá el mayor bloqueo económico del planeta de la mano de las instituciones en las que domina el norte global.
China está en el ojo del huracán hoy en día, no por casualidad. Como lo cuenta Juan Vázquez, “en los últimos treinta años, mientras China era la fábrica del mundo, con un papel periférico y funcional a la globalización liderada por Estados Unidos, las fricciones entre ambos países eran menores”. Mientras pudo sostenerse una relación en términos de subordinación a un país-potencia hegemónica de otro país en vías de desarrollo, no hubo mayor problema. Los grandes capitales estadounidenses, sus gobiernos y sus aparatos mediáticos hablaban de China como un modelo de desarrollo interesante. Cuando China era para las empresas estadounidenses un mercado en el que producir aprovechando el bajo coste de la mano de obra en varias ciudades donde se facilitaba la inversión extranjera y/o uno del que traer productos a bajo coste y sacar provecho del rol de intermediario, todo iba bien. Ocurre que China, como economía planificada bajo el dictamen del Partido Comunista, tiene planes distintos que está ejecutando ya y que caminan en la dirección de erigir al país en superpotencia tecnológica.
Lo tangible es que empresas chinas como Huawei están compitiendo de tú a tú con homólogas estadounidenses, surcoreanas, europeas y japonesas. La producción de alto valor añadido está creciendo vertiginosamente en China. Y, al tiempo que lo hace, tensa la capacidad de Estados Unidos de mantener su posición central gracias a la alta cualificación de su mano de obra, pero también, por qué no decirlo, a la deslocalización y a medidas proteccionistas. Es este y no otro el impulso estructural que hay detrás de campañas como la del 5-G. El trumpismo, primero, y la administración Biden, ahora, tuvieron que justificar su despliegue proteccionista contra el desarrollo de la red Huawei en el país, por cuanto hubiera supuesto una derrota para la industria de alta tecnología nacional.
Que representantes electos de la principal potencia del mundo hablen de “virus chino” no es una nimiedad, es un terremoto simbólico que alcanza al planeta entero
Una vez reconocida la disputa comercial, que es de facto una pugna de los capitales estadounidenses por mantener su primacía ya no en China sino dentro del propio país y en sus esferas de influencia globales, la maquinaria del poder se puso en marcha con consecuencias evidentes para los ciudadanos de ascendencia asiática en todo el mundo, aunque de nuevo especialmente en Estados Unidos.
Que representantes electos de la principal potencia del mundo hablen de “virus chino” no es una nimiedad, es un terremoto simbólico que alcanza al planeta entero. Y no solo por la influencia directa que estos líderes tienen en su país, sino también por la duplicación o traducción que fuerzas políticas y medios de comunicación reaccionarios en muchos países hacen del concepto. No es casualidad que personas ancianas aparezcan en la televisión argentina negándose a ponerse una vacuna china o que figuras públicas de la India pidan al Estado rechazar la ayuda del gobierno de Xi Jinping en medio de una hecatombe sanitaria en el país. Estos hechos son la consecuencia de un accionar específico por parte del poder económico estadounidense a partir de sus filiales políticas y mediáticas dentro y fuera del país.
Aunque hablar de aquello parezca hablar de otra era, conviene recordar que semanas antes de los primeros confinamientos en Europa, en muchas ciudades los ciudadanos de origen chino —a veces, coreano u otro— tuvieron que soportar asaltos a negocios, agresiones racistas y desprecios acusándolos de ser portadores del covid-19. En realidad, la deshumanización de lo chino viene de tiempo atrás. La puesta en valor por parte de medios europeos y latinoamericanos de los trabajos del ultraderechista y fanático católico Adrian Zenz sobre el conflicto interno en la provincia china de Xinjiang es otro ejemplo. También los esfuerzos de actores partidarios como Radio Free Asia de mostrarse “neutrales” a la hora de diseminar como sentido común el proyecto estadounidense en Asia.
Son tentáculos de una red de violencia que se conforma como un iceberg, estando los intereses económicos de capitales de varios países en la base. Todo lo que se erige sobre ellos forma parte de una cadena de odio que se vuelca con mayor violencia, cómo no, en los trabajadores asiáticos más expuestos y que viven lejos de sus fronteras.
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Pues mira, os habéis ganado un suscriptor, porque la visión que se da en Occidente de China, y el racismo brutal al que se está contribuyendo, son incalificables. Y lo dice alguien que vive en China, y que es crítico con muchas cosas de aquí. Pero con justicia, o al menos eso intento.
Es curioso que he visto cuatro de los ataques en video por noticias de varios medios y todos era de una persona afroamericana hacia una asiática y uno de los ataques ademas era mujer la que atacaba, me voló la cabeza. Los asiáticos son los nuevos afroamericanos