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Tribuna
A propósito del Día de la Diversidad, reflexiones abiertas desde el sindicato LAB
Ayer, 21 de mayo, se conmemoró, según la Unesco, el Día Internacional de la Diversidad Cultural. Visibilizar este día desde el respeto a la variedad de lenguas, culturas y tradiciones a través de diferentes actos y celebraciones puede ser importante, pero desde nuestro punto de vista no podemos quedarnos solo en ello.
La diversidad cultural no debería ser una nota “de color” políticamente correcta, utilizada como estrategia para el “lavado” de instituciones, administraciones y gobiernos. Abordar la diversidad cultural con responsabilidad y coherencia implica diseñar una acogida de esa diversidad con políticas concretas de reconocimiento de derechos y oportunidades que permitan el desarrollo en igualdad de condiciones de las capacidades de las personas migradas y/o racializadas.
En Euskal Herria aún queda mucho por hacer en ese sentido. El colectivo migrante —heterogéneo y diverso— merece tener reconocidos todos los derechos fundamentales. Y esto no sucede.
Urge abrir espacios y procesos para una praxis antirracista que no solo se pronuncie en contra de la violencia estructural racista sino que combata desde las ideas y con propuestas prácticas
Las políticas migratorias y de fronteras no solo no ayudan en este sentido, sino que apuntan en la dirección contraria. Como marco europeo, el recientemente firmado Pacto Europeo de Migración y Asilo, así como la legislación actual del Estado español y del Estado francés funcionan como brazo ejecutor en el territorio vasco de todo un conjunto de necropolíticas que profundizan el control militarizado de los puntos fronterizos, los tránsitos migratorios inseguros, la “devolución en caliente”, la criminalización, la persecución y los controles por perfil étnico racial de las personas migrantes y racializadas, la vulneración de derechos fundamentales, la negación a condiciones dignas sociolaborales y la condena a vivir en la economía sumergida aguantando todo tipo de abusos, violencias y chantajes racistas.
Entendida la diversidad como un valor positivo social, cultural y político que tenemos los pueblos, es mucho lo que tenemos que (des)aprender de y con las personas migradas y racializadas que eligen hacer su vida en Euskal Herria.
En LAB nos estamos reinventando como instrumento organizativo para una organización colectiva y una acción sindical que parte desde las propias realidades de estas compañeras y compañeros
Frente al discurso del odio que se expande cada vez más y que naturaliza la construcción de estas personas como otredad-alteridad que representan una amenaza, un riesgo, un problema o, incluso, la causa de todos nuestros males; urge abrir espacios y procesos para una praxis antirracista que no solo se pronuncie en contra de la violencia estructural racista sino que combata desde las ideas y con propuestas prácticas ese discurso y plantee políticas de reconocimiento y reparación para el colectivo migrante teniendo en cuenta sus múltiples particularidades y especificidades.
Desde el sindicato LAB, como herramienta sociosindical, que parte del mundo del empleo pero que también mira las condiciones vitales de las personas, asumimos el lugar y posición que ocupamos y en esa línea estamos trabajando. No solo poniendo en valor la aportación de estas compañeras trabajadoras en sectores fundamentales como el agropecuario, la pesca, la hostelería, el empleo de hogar y de cuidados y la construcción. Sino también reinventándonos como instrumento organizativo para una organización colectiva y una acción sindical que parte desde las propias realidades de estas compañeras y compañeros. Asumiendo, además, que ese proceso implicará necesariamente una apertura a la transformación de lo que hasta ahora hemos entendido como sindicalismo y como sujetas trabajadoras.
Descolonizar el sindicalismo es descoalonilizar nuestras mentes, nuestras prácticas e imaginarios. Y sumergirnos en un viaje político de gran calado, que tendrá como eje central el protagonismo y el reconocimiento de esa diversidad como parte de una práctica cotidiana que se sostiene cada día con derechos, oportunidades, inter-aprendizaje y escucha activa; desde la disposición sincera a abandonar privilegios y zonas de confort que aquí y ahora habitamos.