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No son buenos tiempos para aquellos que creemos que, frente a este mundo de barbarie, hay una alternativa posible. Para aquellos que, pese a las diferencias estratégicas y programáticas que podamos tener respecto a diversas cuestiones, apostamos por la transformación radical de las bases de dicho mundo y la emancipación social. Lo más probable es que ninguno de los distintos sectores o grupos que apostamos por ello, en ninguna parte del mundo, tengamos hoy demasiados motivos para la alegría. En general, que se diga, no habitamos tiempos de esperanza.
Una derecha cada vez más reaccionaria, una izquierda cada vez más débil y desorientada. Este podría ser un buen titular para describir la situación política que se vive en gran parte del mundo, también en Europa y en España. Una afirmación que, más allá de los vaivenes electorales y las intrigas partidistas, es válida si atendemos a las tendencias políticas generales que marcan el rumbo de nuestras sociedades. Utilicemos rápidamente de ejemplo tres fenómenos que han ocupado gran parte de la actualidad política nacional en los últimos meses para explicar a qué nos referimos:
En primer lugar, desde finales de septiembre la brutal crisis de vivienda que atravesamos ha recibido una atención social y mediática creciente. En principio, este escenario podría haber sido favorable para Sumar y los diferentes grupos políticos que integran la coalición progresista. En un momento de gran debilidad para su proyecto, es evidente que les interesaba utilizar esta oleada de indignación social para tratar de marcar un perfil propio respecto al PSOE y ganar un poco de oxígeno en las encuestas, cada vez más desalentadoras para lo que parece ser su única aspiración: volver a cogobernar con el PSOE, aunque sea en una posición aún más débil que la actual. Sin embargo, las movilizaciones que se han ido desarrollando en Madrid, Barcelona y otras tantas ciudades del Estado están yendo más allá de donde a ellos les gustaría. Las protestas no se dirigen únicamente contra la Ministra de Vivienda ni contra los Gobiernos autonómicos del PP, sino que también señalan a los partidos a la izquierda del PSOE. Entre ellos, por supuesto, también a Podemos, pues cuando la gente corea que “la Ley de Vivienda es una mierda” no se olvida de que sus dirigentes, cuando la firmaron, nos vendieron que era “el paso más importante de la democracia para garantizar el derecho constitucional a la vivienda” (Ione Belarra, 14 de abril de 2023).
En el Caso Errejón se desvía la atención de las preguntas importantes, ¿qué tipo de dinámicas políticas y estructuras posibilitan que este tipo de personas/personajes acaben creciendo hasta resultar tan impunes e imprescindibles?
Por otro lado, en octubre conocimos el vergonzoso “caso Errejón”, la última y quizás más repugnante muestra de toda la miseria moral, política y organizativa que ha caracterizado al ciclo de Podemos-Sumar, cuyos efectos generales después de diez años no pueden ser más desastrosos. No se trata de hacer sangre con esta cuestión, fijémonos simplemente en el detalle de que casi toda la polémica y el debate sobre el caso, también dentro de la izquierda, se ha cubierto de un tono especulativo y amarillista. De esta manera, se desvía la atención de las preguntas verdaderamente importantes, ¿qué tipo de dinámicas políticas y estructuras organizativas posibilitan que este tipo de personas/personajes acaben creciendo hasta resultar tan impunes e imprescindibles? Podemos, Sumar y seguramente también la nueva marca electoral que se presente en los próximos meses comparten una característica fundamental: son partidos-empresa, dirigidos por una élite de notables y atrapados en lógicas de vasallaje hacia sus líderes. La llamada “hipótesis populista”, que hegemonizó el ciclo político anterior y de la que ahora nadie quiere hacerse responsable, ha degenerado en un abanico de startups políticas que solo son capaces de atraer a fanáticos y aspirantes a políticos profesionales.
Por último, pocos días después de estallar este caso, se produjo la catástrofe climática de la dana, que ha derivado en una crisis política aún sin resolver. Miles de trabajadores fueron enviados al matadero por unos políticos incompetentes que desoyeron todas las alertas y por unos empresarios sin escrúpulos que tan solo se preocuparon de sus beneficios. Ni siquiera en una muestra tan evidente de gestión política criminal como la de Mazón la izquierda ha sido capaz de ganar claramente el relato y la partida sobre lo sucedido. El PSOE se ha dedicado a pasarse la patata caliente con el PP, Podemos ha vuelto a hacer gala de su oportunismo y Sumar se ha parapetado nuevamente en el discurso tecnocrático y la política “responsable”. Creen que anunciar a bombo y platillo alguna medida como la de los “permisos climáticos” será suficiente, como han hecho con otras tantas regulaciones y políticas públicas a lo largo de estos últimos años. Su disociación respecto a la crisis y el malestar social que se está larvando es absoluta.
Más allá de estos ejemplos, es necesario levantar un poco la mirada y fijarse en cuál es hoy el rumbo que están tomando los Estados y las sociedades capitalistas a nivel global: auge reaccionario y tambores de guerra. Por un lado, la nueva victoria electoral de Trump abre un escenario de gran incertidumbre en términos geopolíticos y refuerza aún más esas tendencias reaccionarias. Pero no nos referimos únicamente a las buenas expectativas electorales de los partidos políticos de ultraderecha, eso es solo una parte del problema. Hablamos de la normalización del genocidio en Palestina, de los pogromos contra trabajadores migrantes en Reino Unido y, en general, del fortalecimiento progresivo de un sentido común reaccionario que pone en la diana a las mujeres, las personas migrantes, el colectivo LGTBI y otros sectores de la clase trabajadora que sufren opresiones y discriminaciones específicas. Un auge reaccionario que, poco a poco, acerca a cada vez más sectores de las clases medias hacia posiciones autoritarias y facilita aún más el ataque contra las libertades y los derechos políticos de la clase trabajadora. En pocos años hemos pasado de un ambiente social en el que los desahucios generaban toda una ola de indignación moral a la normalización de la presencia de grupos parapoliciales como Desokupa. Igualmente, las infiltraciones policiales en movimientos sociales o la entrada de sindicalistas y antifascistas en prisión no parece que despierten grandes alarmas sociales.
Para desbloquear esta situación necesitamos romper con el marco de un bloque de partidos de izquierdas enfrentado de manera radical e irreconciliable a otro bloque de partidos de derechas
Por otro lado, el informe Draghi marca claramente cuál va a ser la orientación política y económica de la Unión Europea para los próximos años: capitalismo verde militar. Un último intento de relanzar la competitividad de las economías europeas a través de la renovación del papel de los Estados en la dinámica de acumulación capitalista. Nunca un discurso había envejecido tan rápido y tan mal como el que enarbolaban los dirigentes de izquierdas acerca de las grandes oportunidades políticas que se abrían con los fondos Next Generation y la mayor legitimidad de la intervención estatal tras la crisis del covid. La vuelta del Estado social, decían. ¿Cuál es hoy la orientación principal de ese nuevo keynesianismo? La economía de guerra. Si quedaba alguna duda sobre esto, la nueva composición de la Comisión Europea nos las despeja todas. Socialdemócratas, liberales, conservadores y reaccionarios, todos a una, dirigiendo a Europa hacia la barbarie y la catástrofe.
Quienes escribimos estas líneas nos identificamos políticamente como comunistas y, por lo tanto, como adversarios de cualquier tendencia reformista que pretenda maquillar o salvaguardar las relaciones sociales de explotación y opresión sobre las que se levanta el orden social capitalista. Se podría pensar entonces que este contexto de auge reaccionario y crisis de la izquierda reformista es el ideal para nosotros. Nada más lejos de la realidad. Un paisaje social lleno de desconfianza, fragmentación social, racismo, machismo y ofensiva contra los derechos políticos y sociales de la clase trabajadora no es precisamente un buen terreno para la política comunista. Además, queramos o no, la incapacidad de la izquierda para transformar realmente la sociedad y las miserias de sus partidos y de sus dirigentes nos acaban salpicando igualmente. Cuando se promete que una ley va a acabar con el rentismo y acaba en papel mojado, las consecuencias son más frustración y desmovilización. Cuando sus figuras mediáticas se abanderan en discursos progresistas e incluso revolucionarios y después resultan ser unos hipócritas, alimentan el sentido común reaccionario. Cuando hacer sindicalismo te lleva a la cárcel, eso lanza el mensaje de que luchar tiene un coste demasiado alto. Si a esto le sumamos que esa clase trabajadora se encuentra prácticamente huérfana de grandes organizaciones políticas y sindicales que puedan defender mínimamente sus intereses, las expectativas para cualquier proyecto político revolucionario son aún menos halagüeñas.
Con este Gobierno progresista, el problema de la vivienda no ha dejado de agravarse, se ha seguido realizando una política criminal en las fronteras y se ha seguido persiguiendo penalmente la lucha social y sindical
Para empezar a desbloquear esta situación necesitamos, en primer lugar, romper con el marco político dominante según el cual existiría un bloque de partidos de izquierdas enfrentado de manera radical e irreconciliable a otro bloque de partidos de derechas. No hay que tener miedo a decir esto por ser tildado de irresponsable o equidistante. Es completamente cierto que hay un sector creciente de la derecha que niega la crisis climática o la violencia machista, que criminaliza abiertamente a los trabajadores migrantes y que estaría dispuesto a recortar brutalmente cualquier derecho social y político conquistado a través de la lucha. Igual de cierto que, con este Gobierno progresista, el problema de la vivienda no ha dejado de agravarse, se ha seguido realizando una política criminal en las fronteras y se ha seguido persiguiendo penalmente la lucha social y sindical. No estamos cegados por un izquierdismo infantil e impotente, no permanecemos impasibles ante el avance de la ultraderecha ni mucho menos negamos su gravedad. Precisamente porque nos tomamos todo esto muy en serio y nos preguntamos por sus causas estructurales, decimos de manera tajante que la izquierda reformista no puede hacer frente a esta situación.
La crisis de la izquierda, su bancarrota política, está íntimamente ligada a la crisis histórica del capitalismo. Desde hace décadas, la promesa de esta izquierda en los países occidentales no ha sido otra que la de (re)construir y expandir unos Estados del bienestar cada vez más menguados y mercantilizados. Sin entrar en las implicaciones imperialistas de esta propuesta, es evidente que su proyecto político es cada vez más inviable, por mucho que lo intenten teñir de verde ecologista y de morado feminista. Ni existen ni podrían existir las condiciones políticas y económicas que permitirían reeditar una etapa de expansión capitalista acompañada de grandes procesos de redistribución de la renta y la riqueza. La escalada bélica, la fuerza renovada de la ultraderecha y las diferentes crisis socioeconómicas que se vienen sucediendo en los últimos años no son fruto de un mundo que se ha vuelto loco, no se trata de una crisis de valores. Son expresiones de la crisis estructural de un sistema capitalista que, en su lenta y progresiva decadencia, está arrastrando a la humanidad y al Planeta hacia el abismo.
En este escenario, la izquierda está totalmente vacía de proyecto e ideas. Se dedica casi exclusivamente a reaccionar a cada nuevo embiste de la derecha, comprando cada vez más su marco y desplazando sus ya reducidos “límites de lo posible” hasta el absurdo. ¿Qué pasaría ahora mismo si estalla una nueva crisis financiera que obliga a retomar las políticas de ajuste y austeridad? Con una izquierda completamente integrada en el Gobierno y atrapada en las lógicas de la gestión institucional y una clase trabajadora completamente fragmentada y desprovista de grandes organizaciones para dar la batalla, seguramente asistiríamos a una destrucción total de los derechos sociales y económicos, ya de por sí erosionados. No nos hagamos trampas al solitario, si la respuesta política y económica a la crisis del covid incluyó determinados mecanismos de protección social no fue por la fortaleza de las fuerzas de izquierdas, sino por la propia necesidad de relanzar el consumo y la actividad económica en Europa.
Frente a este contexto de grave crisis e incertidumbre, lo que nosotros consideramos que debemos hacer hoy es poner las luces largas. Mucha gente ha confundido la derrota del movimiento obrero con la desaparición de la clase trabajadora. Diremos más: con la posibilidad de que esa clase se constituya en un sujeto político revolucionario, capaz de plantear una alternativa política integral a este mundo de barbarie. Toda persona, sindicato y organización política que verdaderamente aspire a superar este orden social debería estar preguntándose por cuáles son las tareas necesarias para avanzar en este camino. La construcción y el fortalecimiento de organizaciones de autodefensa (sindicales y de otro tipo) es un elemento imprescindible, siempre que tengan un carácter combativo y se alejen de las dinámicas de concertación social. Sin ellas será imposible defender y ampliar las condiciones políticas y económicas necesarias para plantear un programa de lucha realmente efectivo. Pero eso no es suficiente, también necesitamos grandes organizaciones políticas, con una influencia social y una capacidad de organización crecientes, que doten a esas luchas de una dirección y un contenido netamente revolucionarios.
Desde la Coordinadora Juvenil Socialista, organización del Movimiento Socialista, llamamos a una movilización en Madrid el día 14 de diciembre para señalar la necesidad de construir esa alternativa. Porque creemos que lo urgente no puede obviar lo necesario. Porque queremos dar una respuesta real y verdadera a todas las muestras de miseria que asolan nuestro mundo. Porque el auge reaccionario, la crisis de vivienda, el ataque a nuestros derechos políticos o la continuación del genocidio en Palestina no van a cesar si no planteamos una opción radicalmente distinta a la que se viene explorando durante las últimas décadas. Porque, en suma, ante la bancarrota política de la izquierda y una derecha cada vez más reaccionaria, desde la clase trabajadora necesitamos construir una alternativa política revolucionaria.
Por eso y por muchas cosas más, el sábado 14 de diciembre, partiendo de la Plaza de la Villa de Madrid a las 17:30 horas, salimos a las calles.
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Interesante artículo si bien en nuestro país el problema es el fraude electoral consistente en que tanto PP como PSOE actúan de forma coordinada para alternarse en el poder para ejecutar la misma política social y económica... Y si añadimos unos medios de comunicación mayoritarios donde no dan voz a otras alternativas, cómo no se van a desilusionar las clases trabajadoras... No future, que dicen los guiris..