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Llevo un par de días sin leer los periódicos. Entre la pantalla del ordenador y mis ojos se interpuso una neblina parecida a la que esta mañana encielaba Madrid. La ciudad recibe la lluvia con desgana, como si fuera demasiado tarde, como si ya le hubiera vencido la sed y estuviera destinada a una sequía estructural eterna. Y yo, quizás por solidaridad ambiental, tengo hoy muy precarizado el optimismo. Anda magullado, el goteo de bofetadas es intenso. Ahí va el último parte.
Una. Sobre las cosas que aquí no pueden pasar
La semana después del 1-O, en uno de los millones de grupos de WhatsApp que humeaban desconcierto a lo largo y ancho de la península, cuatro amigas residentes en distintos lugares —una de ellas en Barcelona— hablábamos de miedo. Eran miedos, distintos, en grado y forma, miedo a vivir en una España sembrada de banderas y estéril en horizontes, miedo a vivir en una Cataluña en estado de excepción, tomada por la derecha nacionalista española, y con la derecha nacionalista catalana capitaneando la resistencia. Aún bajo shock, tras ver el empleo de porras contra abuelas, a la Guardia Civil incautando papeletas, las urnas requisadas en manos de uniformados cachas, mi amiga nos escribió: "Y ahora ¿quién me dice que la semana que viene no están aquí los tanques? ¿Quién me dice que no aplicarán el 155, que algunos Mossos, no se revolverán?". Quién me asegura, vino a decir, que de pronto, inesperadamente, no se prenderá la mecha que detone la dinamita que vienen diligentemente plantando desde hace años. Pero eso no va a pasar, dijimos las demás. La gente se está manifestando pacíficamente, sería impensable. ¿Cómo se va a aplicar la 155? ¿Cómo van a ir los tanques a Barcelona? ¿A las calles que transitas todos los días? ¿A la puerta del colegio de tu hijo? Aquí estas cosas no pasan.
Hace apenas dos semanas de aquello, el 155 planea sobre Cataluña, hace unos días metieron en prisión a los líderes de las principales entidades soberanistas. Mientras, la ley de partidos pide paso.
Constrúyete un enemigo convincente y expansible, y tendrás lo necesario para que ciertas cosas vuelvan a pasar. Ya está pasando con otros otros, aún más otros, en la frontera sur, a cada rato
Tenemos esa inercia cognitiva que nos hace negar la plausibilidad de ciertas cosas, como si hubiese algo más común que la violencia, algo más humano que el autoritarismo, como si no tuviéramos millones de cadáveres en la fosa común de la historia bajo el único epitafio de “ellos fueron los que empezaron”. La alterización es un cortocircuito en la empatía. Los otros o manipulan o son manipulados. O son enemigos o son sospechosos de serlo, o al menos susceptibles. Constrúyete un enemigo convincente y expansible, y tendrás lo necesario para que ciertas cosas vuelvan a pasar. Ya está pasando con otros otros, aún más otros, en la frontera sur, a cada rato.
Dos. Sobre el diálogo
Cuando el ruido ambiental se incrementa, las voces que se oyen son las que más gritan. No hay lugar para conversar en la política del aspaviento. Hay muchas formas de gritar, se puede elevar la voz, pero también la violencia en las palabras. La alterización del interlocutor lleva a gritar en paralelo, como en las disputas en los bares, en las sobremesas familiares, en las tertulias televisivas, en el parlamento. En realidad no está claro de qué espacio a qué espacio viaja el grito, quién contagia a quién, o si al final siempre ha estado ahí, como un dictador de la dialéctica al que conseguimos arrinconar un poco cuando nos pusimos a hablar sentadas y en asamblea sobre lo que nos pasaba a nosotras. Con emocionalidad, pero sin aspavientos. Ni violencia. Que la ira sea la emoción hegemónica en el espacio público, en las tribunas o en las redes sociales es una trampa. Quizás no una de esas en las que te caes de pronto, sin esperarlo, sino más del estilo arenas movedizas, de las que acabas percibiendo cuando el barro te llega a las orejas. Y ya no hay vuelta atrás.
Tres. Sobre el discurso
Hay una relación proporcional entre el gusto por el grito y la comodidad en el conflicto. El grito pide conflicto para dominar el auditorio. El conflicto celebra a los actores gritones. Algunas perdemos pronto la voz, desasosiego ante el ruido, aburrimiento ante la nula capacidad de escucha de las paredes, nos retiramos a nuestros refugios donde podemos hablar durante horas de lo acuerdo que estamos en casi todo. Leemos grandes autoras que nos dan calorcito espistemológico a nuestras interpretaciones del mundo, nos cobijamos frente a la hoguera donde crepitan pequeñas discrepancias asumibles que nos hacen pensar que después de todo somos plurales.
Pero pasan las semanas, expiran miles de palabras, naufragan ríos de tinta en el mar de la indiferencia. Los gritos, dueños y señores de los conflictos se convierten en votos que ultraderechizan Europa, donde nunca, nunca, iba a volver el fascismo. Hola ¿qué tal, optimismo?
Cuatro. Sobre los ciclos
La imagen es la de una persona frente al fuego. Una silueta de espaldas, podría ser cualquiera, podrías ser tú. Está observando el monte arder, sabe cómo sigue, sabe cómo acaba. Sabe que no puede hacer nada. Si es optimista pensará, cuando se le enfríe el alma, que las cosas pasan. Que habrá que repoblar y tenerle fe al bosque. Habrá que perseverar hasta que esto se acabe y las cosas mejoren. Como se acaban las crisis económicas, habrá que acelerar la recuperación tras la debacle. La vida son ciclos, te dice el optimismo idiota mientras todo arde. De todo se sale. Pero cómo se sale, y sobre todo, quién sale. Se queman los árboles y vienen las urbanizaciones y la minería. Mejoran los indicadores macroeconómicos, pero los trabajos son precarios, las viviendas inalcanzables y la sostenibilidad económica de un tercio de la sociedad, hoy por hoy, inviable. No, no estamos en manos de fuerzas divinas adeptas al rollito del equilibrio, hay agencia detrás de los incendios, de las malas épocas, del empobrecimiento colectivo. Actores bien terrenos y desenfrenados que no nos tienen ningún miedo, y que cuando lo necesiten nos aniquilarán sin vacilar, como ya lo llevan haciendo en todo el mundo desde el principio de los tiempos.
Cinco. Dormíamos despertamos
"Dormíamos, despertamos", decía la gente en el 15 M, una forma poética de reflejar el quiebre del relato, las grietas en la narrativa hegemónica, la crisis del régimen del 78, y en fin todas esas cosas que anunciaban punto de inflexión y ahora mentamos con melancolía. ¿Bastaba con estar despiertos? ¿Acaso están dormidos todos esos pueblos desposeídos y maltratados durante siglos? No, están bien despiertos, desvelados, resistiendo. Pregúntales, te dirán: estar despiertos es necesario, pero no alcanza.
Pues al menos será el fin del bipartidismo, anhelábamos de manera más modesta. Pero hay un antes y un después de este momento, aún insistimos. Nuestros sueños no caben en vuestras urnas, exigíamos. Pensábamos que podríamos reinventar las urnas. Pero ellos ya estaban disciplinando nuestros sueños. Pensamos que a partir de ahí solo cabría agrandar las urnas. Sucede que desde entonces no hacen más que achicarlas. Y si lo estiman necesario, se las llevan.
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Es cierto todo lo que relatas en el artículo, pero recuerda que "crisis" significa oportunidad y lo que tenemos es una gigantesca crisis de un debiltado Régimen que en sus últimas "batallas" ha decicido jugársela a echar el resto y utilizándo todos sus comodines.
Centenars de persones retiren diners dels cinc principals bancs com a mesura de pressió. ¿Y si dos millones de catalans sacan la pela de los "bancos malos"? Hay alternativas: FIARE-Banca ética (cooperativa de crédito), Bitcoin, Faricoin, cash x,...
Resuenan mucho algunas reflexiones.. Sin embargo, a mi la melancolia me viene cuando escucho por enésima vez lo de "una resistencia capitaneada por la derecha catalana". Buf, es que somos invisibles? La derecha catalana co-lidera, pero no lidera. Y la influencia de planteamientos "des de abajo" es muy fuerte, empezando por la drástica caida en todas las encuestas de CIU-PdCat. Vigilemos con que las simplificaciones no acaben justificando la inacción, la equidistancia, la falta de solidaridad o, lo peor, la ausencia de alianzas.